Plaza del Cabildo
Jota
Siroco
Para Carlota y
Aitana,
mis nietas.
VERANO
1
A
Theodor
aún
le brillan los ojillos cuando una morena se queda embelesada con su
violín.
Theodor
tiene
un violín casi de espuma, a punto siempre de desmenuzarse entre sus
manos, porque aquella mínima cajita de música ha atravesado por la
noche demasiados ríos hasta llegar a España.
¿Se sigue llamando así Estepaís?.
Theodor
no
tiene dientes porque no tiene dinero. Tampoco tiene mujer por la
misma razón. Theodor
no
es el violinista en el tejado sino entre las mesas de la plaza.
Sólo
sigue llevando a orgullo ser rumano.
2
Al
Camaroncito
de Plata la
gente, como al Piyayo,
lo toma a chufla, quizá porque él se toma demasiado en serio.
Todos
los días nos martiriza con un “como
el agua” manoseado
y turbio, pero el día que falta le echamos de menos, porque uno
necesita quejarse de algo.
Tampoco
tiene demasiados dientes, igual que le pasaba a Theodor,
porque se los dejó en el viento mientras montaba a caballo.
Sueña,
y casi se lo cree, que un día de levante un guiri con posibles y
borracho le dará quinientos euros, como poco, a cambio de su cante.
Ya veremos.
El
Cordobés es
canijo como un pajarillo en Agosto, pero aún no ha perdido ni la
sonrisa, ni la voz.
3
La
casa de la Infanzona estaba
en otros tiempos cargada de arabescos.
Yo
no sé como se llamaba tan noble “querida”, y aunque podría
buscar su nombre en la Historia
de Sanlúcar de
Barbadillo
y
parecer muy culto, no voy a perder ni un segundo en averiguar el
nombre de los protagonistas de este culebrón.
Tampoco
me importan ni mucho, ni poco, los polvos y lodos que llenaron los
rijos borbónicos de aquel palacete, ni los vástagos apócrifos, si
los hubo, del Infante.
A
mi lo que me importa es que alguien diera la autorización para
meterle una piqueta en las entrañas, para hacer crecer en su lugar
el mayor adefesio arquitectónico de las historias.
Al
final cambiaron Infanzona
por
notario y polvos por hipotecas.
Pues
eso.
4
El
Pineda
se
destoca el cerebro para saludar y parece como si en ese gesto te
regalara un marquesado.
Sabe
que nadie se cree lo de sus amores con Brigitte
Bardot,
ni la mitad de sus andanzas, pero él cultiva su leyenda y su
decadencia como los más nobles pícaros de la literatura clásica.
Anda
crecido desde que el Loco
de la Colina le
sacó en su programa y lleva razón porque ahí no sale cualquiera,
que se lo pregunten si no al
Peito, al Cuñao y al Risitas.
Una
especie de “gatopardo” a la sanluqueña sin más reino que la
terraza de La
Gitana,
sin más amores que los que dibuja su imaginación y sin más ducado
que los palcos elitistas de las carreras. Ese bigote cuidado guarda
quizá demasiados secretos, casi los mismos que un D.
Guido de
opereta, pero imprime a la plaza ese tono de tiempos rancios preciso
y necesario.
5
En
la calle
Tartaneros y
en el Patio
de la Victoria hace
ya mucho tiempo vivían los gitanos y el desorden era algo natural.
Hoy
es el hermoso convento un decorado a lo Grotovsky
donde
artificiosos adolescentes y desarrapados de diseño se acercan cada
sábado, botellón en mano, para ocupar y destruir este espléndido
rincón de Sanlúcar. Ya casi se me olvidó el nombre de los bares
que invaden sus entrañas seculares, sirva el de La
Demencia,
como símbolo de tanta locura.
El
Alcalde Juan Rodríguez me
prometió acabar con esta vergüenza cuando yo la padecía
directamente en mis escuetas carnes, pero se fue para siempre antes
de conseguirlo, eso sí,como parte de su promesa, puso de adorno tres
guardias y un macetón en la calle Banda Playa; Laura
Seco, la alcaldesa, le
ha confesado a los Balbino que no hay nada que hacer y que a joderse
tocan.
Sinceramente
yo no sé cual de los dos dice la verdad.
6
Es
de entender. Nueve de la noche. Levante.
Al
mi
arma no
se le van de la cabeza las 300.000 pagadas por quince días.
Olor
a desodorante al limón. Sudor sin tregua. Barriga cervecera también
sin tregua.
Es
de entender.
Y
yo allí tranquilamente, con mi puto librito, la jodida cervecita
acabada y otra en puertas, charlando de cosas que nada tienen que ver
con inversiones y ocupando una de las inaccesibles mesas del Balbino
una
vez dás y repicás las nueve en el reloj del Ayuntamiento.
Es
de entender que sólo le faltaran dos segundos para saltarme sobre la
yugular. Dudé un segundo pero la prudencia y el escalofrío me
indicaron que era mucho mejor tomar las deVilladiego. ¡Jodido
servesita,
no dijo ni gracias!
7
Pasito
a pasito, en silencio, se acerca Luis
el del barrio.
Luis
era
más o menos normal, tampoco hay que exagerar, pero un mal tripi en
una peor tarde se le subió a la azotea y allí se le quedó de
okupa.
Hoy,
aunque sigue sin afeitarse, al menos se ha peleado con el jabón,
aparentemente con victoria…un cigarrito, un fueguito, un eurito…en
fin tos los avíos.
-¿no?...pues
adiós. A punto está de venderme una fabada
Litoral de
las que el
Eco tira
al contenedor cuando se pasan de fecha. Por una vez me resisto como
gato panza arriba y el cliente de al lado, que por lo visto tiene
mejor corazón y más dinero que yo, termina por comprársela.
Esto
es así, hoy por ti mañana por mi, lo malo es que a un servidor casi
siempre le toca el hoy, y por eso aún me sorprendo de no haber
acabado durmiendo en los brazos grasientos de la fabada.
8
A
veces, muy de vez en cuando, porque él sólo toma te inglés a horas
intempestivas para cualquier cervecero que se precie, aterriza por La
Gitana Miguel
Furlock.
Miguel
es
un fotógrafo alemán con mucho pasado y mucho futuro, pero con un
presente más bien difícil en un pueblo donde aún triunfan las
fotos de comunión, bodas y bautizos.
Hace
unas fotos en las que, como en los cuentos, no se narra todo el
argumento, sido el detalle.
A
partir de eso que la gente arree.
A
mi me cae bien Miguel,
porque cree en lo que hace y sobretodo porque hace lo que cree.
Miguel
tiene
varios gatos y ha aprendido a ronronear como un felino.
9
Cuando
pasa Antoñito
Dueñas con
su estrambótica mercancía camino del Balbino,
alguien dice “correo” y él responde “correo, correo” con voz
de soprano eunuco.
De
niño vendía altramuces en la puerta del cinema y los chiquillos le
quitaban los “chochitos” a puñaos en cuanto se distraía.
La
verdad es que se distraía casi siempre.
En
“Balbino”,
apenas si la “casera” se le sube a la cabeza, hace la gallina y
el elefante entre las palmas del personal, mientras saca de su bolsa
atrabiliaria un viejo transistor o cinco vienas duras que le compra
Antonio
tras
el necesario regateo.
Al
salir, Juan
el marino le
grita “correo” y el responde muy serio “correo, correo”.
10
A
los
Plómez se
les va cogiendo cariño porque se quieren y porque tienen la buena
costumbre de no amargar con penas la noche del viernes.
Tienen
la buena educación de los muchos hermanos, de las familias numerosas
de toda la vida, de la crianza compartiendo lo mucho o lo poco que
trajera el destino y eso se nota en saber elegir lo caprichos y en no
ser caprichoso.
Rosala
me
cuenta las cosas más disparatadas de este disparatado pueblo, pero
además sabe hacerlo con gracia y entre carcajadas; la
gorda valora
el cubata y el marlboro y estas cosas hoy en día son de agradecer.
Juan
y Rosalía son
ya parte del mobiliario urbano del Cabildo y del mobiliario humano de
mi corazón.
11
Luis
Paporra,
con el paso de los años, va formando parte de su propio inventario,
va adquiriendo la solera de sus antigüedades y cualquier día de
estos un japonés con posibles se lo lleva a su tierra.
Luis
tiene
su harén místico en la calle Tartaneros donde anuncia un Velázquez
con
las notas cascadas de un viejo organillo y a veces, se acerca a la
esquina de La
Gitana a
buscar clientes o a seguir el ritmo de alguna falda perseguida por el
levante, que aún guarda las hechuras del gallo que fue.
Luis
me
compró hace años un sillón de barbero que acabó en Shauen,
ni
se sabe cómo ni por cuanto, pero sí sé que al moro le engañaría
con arte, machadianamente, engañando sin mentir.
12
El
Niño del Arte torea
por naturales a las cabrillas de Balbino,
arrimándose
con tiento y por derecho, como si de miuras se tratase.
Aunque
Antonio
fue
sólo torero por un día, pero, como el albero no sabe de tiempo,
será torero allá donde vaya, porque eso se lleva en los andares y
en los ojos.
Cuando
me confesó que había pasado su tren y que no se montó, comprendí
que no era aquella época de “Aves”
que
van y vienen sin mirar deseos e ilusiones.
Eran
otros tiempos y los trenes sólo pasaban muy de vez en cuando, con
retraso, con nocturnidad y, sólo a veces, cuando tenían que pasar.
Hoy
sigue mirando a Clavelargo,
a Histrión
y
a Limato,
los toros disecados que presiden el bar, con empaque de paseillo.
13
Benito
Ridruejo, porque
está joven, pasa cada mañana de verano vestido de Indiana
Jones, con
la prensa del día bajo su brazo y con sus ojos de listo clavados en
un futuro de mucho tiempo.
Benito
guarda
el encanto de los viejos republicanos y de los ateneistas masónicos,
y, aunque cada vez le importan menos las conferencias que se ofrecen
en la docta casa, porque ya son muchas y a veces repetidas, sigue
esperando ilusionado la copita de vino español, para cogerle la mano
a su Consuelo.
¡Va
a ser difícil que a Benito
le
nazca un delfín!.
Yo
sé quién podría serlo, pero anda un poco liado con sus conciertos.
14
Las
palomas del Cabildo,
como todo el mundo en la plaza, que al fin y al cabo también son
población estable, tienen sus nombres y sus apodos, el “calvo”,
la “cabezona”, “patitiesa”, la “chirigota”…a mi me
enseñó a distinguirlas mi hija Liliana
que,
como ya dije en otro lugar, se pasó años robando su paciencia
mientras les echaba arbejones
uno
a uno.
Hay
inviernos que se nota la falta de alguna y a uno le da pena, porque
ya te has hecho con su mirada, con su compañía y con su
indiscreción.
La
“patitiesa” por ejemplo era coja de la pata derecha por un mal
pelotazo y andaba la pobre, es un decir lo de andaba,posándose
directamente en las mesas, porque a la greña con las otras palomas
no se comía ni un grano.
Este
invierno faltó y, ya digo, me dio pena
15
Son
tantos los años que ya mide uno el tiempo de la plaza por
generaciones, Vanesa
y Olga,
mis hijas mayores jugaron aquí, también Liliana,
ya he dicho, y la
Peque
y Bea,
las hijas de los Rosalía
y Juan también,
marcando otra época; hoy la ocupan Franky,
Ana,
Alejandra, Fernando y Adriana señalando
nuevas fronteras temporales; y Sergiete,
el hijo de Sergio
y Mati,
que siempre busca impávido el móvil del Gara;
Juanito
y Sofía los
de Lina
y Damián;
mi tocayo Pepe,
el
hijo de Rocío
y
del excelente poeta José
Luis Lobato;
Belén,
la
sobrinísima de Patri
y
Pepe
Luna;
Pablo,
el
nieto de Balbino;
Juan
y Carlos, Sara, Gloria y Guille,
mis pequeños vecinos sufridores de las noches de botellón y muchos
y muchas más que pasan sin detenerse como tampoco se detiene la
vida.
Por
supuesto que viene apretando también mi nieta Carlota,
a la que ya le he buscado un buen huequecito a la sombra, junto al
carrillo de chucherías.
16
En
el Ateneo,
cuando
se caía a pedazos en el corazón de la plaza, se leían pregones a
un Guadalquivir inexistente y siempre al pregonero lo besuqueaban las
matronas.
Cuando
el pregón era demasiado largo, o ya se sabía que la cosa iba a ir
de caracolas y olitas verdes, los poetas locales nos refugiábamos en
las destartaladas mesas de Casa
Martínez, por
donde después he sabido que de niña correteaba Lorena,
la
amiga de mi hija Liliana,.
Del
Ateneo
de
entonces, ya dije, sólo quedan Benito
y Consuelo,
echándole ganas y reaños en las covachuelas realquiladas de La
Victoria;
de los
Martínez no
queda ni el nombre, ni el suelo de ajadas losetas onduladas, perdió
la fe y es hoy una ermita laica con culto a Baco,
donde ejerce Juan
Carlos de
Sumo Sacerdote.
17
Hablando
de Baco.
Hoy
se ha dejado caer por la plaza Jesús
y
su perro Bush,
¡Buen
nombre para un perro!. Lo mismo llega a presidente de algún que otro
país.
Jesús
y
su hermano Eulogio
tuvieron
un bar junto a laplaya, convertido hoy inevitablemente en adosados,
donde muchos hablamos de amor casi por primera vez entre mimbres y
plantas.
A
Jesús
le
pasaron muchas cosas en la vida que él tiene el buen gusto de
sobrellevarlas sin una queja y se ha quedado varado en la Estación
Término,
tal vez como un símbolo de que nada acaba y que siempre hay un viaje
a punto de comenzar.
Jesús
creó
el Premio
Baco de Teatro.
A
mi me dio uno, yo creo que porque era mi amigo, ademásde un buen
cliente.
Hoy
no hay premio, ni Baco,
ni teatro.
18
Siempre
a principios de Julio, Paco
Madame expone
sus cuadros en la Galería
de Rosa y José María,
este año se han llenado sus lienzos de ojos y gatos que miran hacia
dentro.
Paco
Madame le
dio a mis cabellos de entonces el tono y la textura adecuados para
que pareciera un verdadero Rey
Melchor.
A las dos horas de arrojar caramelos en la Cabalgata,
ya a la altura de la Plaza
Cabildo,
no quedó más remedio que cambiar los villancicos por el “cantando
bajo la lluvia”.
Baltasar
tenía
suerte porque llevaba una especie de baldaquino verde que impedía
que se mojara, pero Gaspar
y
yo íbamos al raso, y apenas si cayó el primer chaparrón, las ondas
del pelo se convirtieron en fregona, las barbas en estropajo y el
manto real adquirió el peso de manta zamorana. Los pajes se bajaron
de la carroza, los chiquillos, visto lo visto, se olvidaron del real
cortejo, y allí que nos quedamos los tres reyes magos hechos una
sopa sobre nuestros tronos de oropel. Corría el año 1982, eran
otros tiempos, y ustedes ahora comprenderán que tengo buenas razones
para ser republicano.
19
Nadie
podía entrar en el Tartessos
si
Manolo
no
le daba la venia desde la mirilla, que eran ya muchos años y muchos
disgustos, además él sabía que eso también se hacía en Londres.
Manolo
Díez,
hasta que la piqueta le obligó a trasladar su biblioteca cuarenta
metros hacia el norte, se había leído a lomos de su mecedora toda
la literatura del mundo mundial y parte del extranjero y era desde
que cerrara su garito una parte esencial del mobiliario urbano de la
plaza.
Nunca
faltó entre sus manos un libro nuevo o una charla apacible con
Santiago
Pérez del Prado, el
que más sabe de las casas de Sanlúcar, que llegaba tranquilo, caída
ya la tarde, a colocarse junto a él bajo los azulejos que indican
que allí vivió D.
Manuel Barrios Masero, poeta,
erudito… y sanluqueño para más señas.
Yo
creo que cuando hagan la obra no quitarán la placa, ni los quitarán.
20
Juanito
Plazoleta tiene
una desgarrada voz de tenor cuando pregona cupones en la mismísima
puerta de Balbino:
¡¡¡El 69, el 69, el número erótico, esta noche toca!!! , grita
frente a las mesas poniendo un toque rijoso en sus ojos hueros y la
gente le compra el numerito por si hay suerte y esa noche cae.
Cuando
no vende cupones ensordeciendo al personal, Juanito
Plazoleta, ejerce
de tocaor de la Sallago,
que es en sí misma una antología del cante y que hace unas letras
flamencas que para sí quisiera el Lorca
de
Nueva
York.
A
Juanito,
cuando
mejor le salen las bulerías es cuando se le cuela en la guitarra un
cigarrón, como le pasó en Utrera,
el
cual, desesperado por escapar, comenzó a rasgar las cuerdas con más
arte que el mismísimo Manolo
Sanlúcar.
-¡Hoy
sí que te está saliendo bien, Juan!, gritaba con guasa la afición.
-
¿Ah, siiiii? ¡Pues yo me voy a cagar en vuestros muertos con tanto
cachondeo!
21
A
Rafael,
el gitano de los claveles, que me llama “primo” y esto es mucho
para el bronce, el trote del caballo
le
esta dejando la calavera al aire.
El
gitano de los claveles está en mi nómina de septiembre a junio,
pero el sabe bien que en verano tiene que trajinarse a los turistas
que le rodean. ¡A por ellos, le digo, que son muchos y cobardes!
Va
dejando en las mesas un clavel marchito, unas manos marchitas y una
sonrisa marchita.
La
mayoría de las veces recibe a cambio de la flor un educado no,
gracias, también
marchito, que no le da ni para una castora
y
comienza a cagarse en los mengues de todos los guiris nacidos y por
nacer.
Con
toda la razón del mundo.
22
Las
minicrónicas que tienes entre manos limitan al norte con el carrillo
de chucherías de Pilar
y
su tropa de nietos, al sur con el del Toribio
y con
los helados de Toni
(a
mi el que más me gusta es el napolitano de toda la vida, con su
papel transparente derritiendo la vainilla y el chocolate), al este
con las bocas de tiburón del pintor Garrido
tras
la fuente-alberca que refresca las siluetas de La
Ibense y de
La
Herencia y
al oeste con las ruinas del Ateneo.
Quinientos
metros mal contados, casi-casi como el Principado
de Mónaco, sin
más príncipes y princesas que lospaseantes, y sin más yates que
los barquitos de papel que algún niño, marinerito en tierra, puso a
navegar en la
alberca.
23
A
mi de Proust
me
sobran casi dos mil páginas y me basta con dos de sus párrafos para
poner un poco de orden en las cosas.
En
invierno, como hay poco sol y mucho viento, no llegan a veinte las
mesas en las terrazas de La
Gitana y Balbino.
Los
habituales tenemos asignado el mismo sitio y la misma hora, pues ya
se sabe que a cierta edad no es demasiado bueno cambiar las rutinas,
que son al fin y al cabo el origen de todas las sorpresas.
Los
anticuarios y corredores de fincas paran más en la primera mesa de
La
Gitana,
nuestra tertulia allá por la tercera, cuando hay levante, que con el
poniente es mejor refugiarse en Balbino
para
evitar que se aventen demasiado las sinalefas, las Reinoso
en
la primera de La
Gitana II,
la cueva de Paco, Luis y Federico… en fin que cada cual tiene, como
las palomas, su nido y casi nadie, salvo los novatos y turistas de
aluvión, se atreven a cambiar el tiempo y el orden natural de las
cosas, como Proust.
24
Yo
creo que es la
Virgen de la Estrella la
que en Semana Santa se mece entre las mesas dejando a su paso un olor
a pachulí y a incienso, igual-igual que las muchachas en primavera.
Frente
a la casa de Pozo,
que se nos fue, se para un instante y a veces desde el balcón, El
Nono,
le lanza una saeta más dolorida aún que los siete puñales de la
Dolorosa.
Y
las muchachas, ya digo, lloran su pena con los ojos limpios.
Pero
sólo dura el llanto un instante, porque huele a azahar y andan
cargadas de polen las sonrisas.
Cuando
llega marzo, sin prisas, sin empujar, la plaza se llena de cuerpos
cantando a la sangre y uno deja de ver abrigos ambulantes sin formas
y sin pecados.
Yo
me acuerdo de Juan
Plazoleta y
siento que no pueda ver este milagro.
25
A
los
rumanos,
igual que a los chinos les dan al nacer un saquito de arroz, les
regalan los padrinos un acordeón o un papelito de desgracias y
¡hala,
pa Sanlúcar!,
les jalean en romaní.
Por
la plaza vienen varios, todos de Bucarest
y
todos opositores a Ceausescu
(Chochescu),
esto
último nadie se lo cree, pero es lo que les han dicho que digan, que
aquí salimos hartos de dictadura y que esas palabras reblandecen el
corazón y los bolsillos. Uno no comprende que habiendo tantos
opositores no acabara el odiado Conducator
en
la cuneta muchos años antes. Lo malo que tienen los rumanos, aparte
de la dentadura, que eso ya dijimos era por lo que era, y aparte de
su repetido repertorio, son los colegas de la pandereta. No hay ni
uno que tenga el más mínimo sentido del ritmo y acompañan Ansiedad
o Bésame mucho con
la cadencia de folklore pensilvano y así no hay manera. Uno les echa
unas monedas en la pandereta con el fin de comprar su silencio. ¿Los
paisas?... Los paisas somos
todos y cada uno de nosotros sin carrito de transistores, sin patera
y con cuarenta kilómetros de menos a la hora de nacer.
26
Bamba
guarda
en su mirada las lejanas soledades de Senegal
y
anda flexionando las piernas como las panteras o como los cantantes
de boleros.
Una
vez nos quiso enseñar a decir hola
y gracias en
su lengua, pero su endiablada fonética hizo que todos los sonidos se
convirtieran en jotas; él, sin embargo, habla perfectamente el
español. Habrá que reestudiar eso de la superioridad de ciertas
razas.
Los
negros se acercan altivos y callados a las mesas de los blancos,
enloquecidos con sus tortillitas de camarones y por los efluvios de
la manzanilla, para ofrecerles su mercancía: relojes, pulseras,
gafas de sol, pañuelos…
No
insisten. Se paran, observan… y con la misma altivez y el mismo
silencio se alejan hacia otro velador.
Bamba
hace
tiempo que no hace la ruta de los bares porque tiene ya su propio
kiosko en la
Calzada, allá
por las lindes del Ambulatorio.
27
Yo
recuerdo a Manolo
Vidal en
la terraza de Balbino,
escribiendo un poema-juego sobre el nombre del bar y la forma
Va-al-vino,
que hoy cuelga en las paredes de la taberna, justo a la entrada a la
izquierda, por si quieres, lector, echarle un vistazo.
Yo
recuerdo la risa franca de Manolo
Vidal y
su buen beber y recuerdo también alguna noche de farra por los
tabancos del barrio,
mientras
me contaba, a ritmo de ametralladora, es decir a su ritmo, mil y una
historias de su valleinclanesca vida madrileña.
Nunca
hablamos ni de toros, ni de cine, yo creo que en eso demostraba su
amistad, pues evitaba así apabullarme. A veces pienso que lo voy a
reencontrar sentado en su velador, también él tenía uno en
propiedad, cercano a la fuente, para abrirle puertas al fresquito en
el verano.
Sé
que por desgracia no va a estar, pero es Manolo,
de pleno derecho, uno de los personajes principales de estas crónicas
delicatessen.
28
Sólo
muy de vez en cuando pasa por La
Gitana Caballero
Bonald, hace
demasiado tiempo que no le veo y demasiado tiempo que no hablamos de
cualquier cosa que no sea Literatura frente a una copa de vino, y
cuando digo demasiado tiempo, me quiero referir a más de veinte
años.
A
Pepe,
cuando
ambos éramos un poco más jóvenes, yo le debía un homenaje porque
me había regalado demasiados buenos ratos leyendo su obra y también
algunos trucos literarios. Cuando fue posible se hizo: exactamente el
13 de Agosto de 1983.
José
Luis Medina,
le dio una fotografía trucada en la que Bonald
paseaba
a finales del XIX por la calle Ancha, ya se sabe que Pepe
no
tiene edad, ni época. Sus amigos: Quiñones,
Fernández Palacios, Carlos Edmundo de Ory, Felipe Benítez…le
regalaron preciosos poemas.
A
mi me parece que le gustó y que se lo pasó bien, porque a aquellas
alturas de su historia, 1983, ya digo, todavía no le habían hecho
demasiados homenajes.
29
Cuando
llegamos a vivir a la plaza nos sorprendieron dos cosas: el
micromundo que representa y la acogida que te ofrece.
Madrid,
Londres, Ámsterdam,
quizá Buenos
Aires,
me dicen, aunque yo no la conozco por desgracia, son ciudades que te
abren las puertas apenas pisas su suelo y te hacen suyo.
Es
la plaza un espacio sin dueño y al mismo tiempo de todos, sean o no
sanluqueños, ese mínimo epicentro donde late un corazón que riega
las venas de todos los barrios. El Cabildo
es
el decorado de una buena comedia de costumbres, donde cabe el truhán,
la celestina, la bella, los guindillas y hasta el payaso de las
bofetadas.
Un
rincón mundano nacido para la palabra, para pasarrevista al
personal, para el buen beber y para el mejor yantar.
30
En
verano se acercan por el rincón los flamencos andando a compás de
un mirabrás
El
Lebrijano,
un poquito más mayor de lo que él y todos quisiéramos, aparece
casi entrada la noche y siempre hay alguien que le cede su mesa, yo
creo que Juan
llega
siempre un poquito tarde para que no se pierda el ceremonial.
Cada
vez menos, que se me ha hecho muy chipionero, se asoma por la plaza
la sonrisa árabe de José
el de la Tomasa,…en
pasados tiempos, mientras construíamos efímeros sueños, soportó
estoico mis penurias y alabó el pollo asado que nos sirviera de cena
cada noche. A punto estuvo de salir cantando el pio-pio.
Este
año 2006 ha venido un grupo de franceses locos capitaneado por Jean
Paul Ferrand,
dispuestos a traernos el flamenco de media Europa. Eslovacos,
japoneses y austriacos entonándose… por bulerías ¡Ahí es ná!.
Fuí poético compadre en los Jardines del Palacio de Michel
Albertini,
que venía de trabajar con José
Mª Flotats y
que recitaba a Lorca
con
la pasión del converso.
31
Balbino
llegó
a Sanlúcar
con
trece años, sin saber la que iba a liar, y ya nunca volvió a su
pueblecito soriano de La
Fragua,
que no eran aquellos tiempos para ir zascandileando de un sitio a
otro. En su tasca del Cabildo, los betuneros
se
tomaban un cuarto de tinto, no sé si cristiano, por dos pesetas, los
trepadores
una
tapa de bacalao en papel de estraza por cincuenta céntimos y los
marineros
un
vaso de manzanilla de medio tapón por ná
y menos.
Pero,
amigo mío, Antonio
acababa
de terminar la mili y no sólo había aprendido los valores patrios,
sino también lo que era un cubalibre,
algo que por aquí entonces sólo lo sabían en el Tecnicolor
y
en La
Polilla.
Cuando en el 86 dijo el patriarca que 72 años era una buena edad
para jubilarse, sus hijos Balbino,
Joaquín, Antonio y Elías se
empeñaron en convertir el viejo tascón en el monumento histórico-
gastronómico que es hoy. La verdad es que El
Arte, Alberto, Jorge, Juan, El Rubio, Jesús, Antonio Romero,
Balbinito, Pedro y Pepe el del jamón, les
hacen bien la faena de aliño.
32
En
este pueblo cada Alcalde que llega tiene como primera y principal
misión estropear todo lo que hicieron los anteriores y a fe que lo
consigue.
Había
un Paseo
Marítimo que
olía a sal y a ostiones, un barrio de Bajo
Guía que
mantenía intacta su vocación marinera y una fuente de la plaza en
la que los chiquillos se encharcaban los pies huyendo de las avispas.
El
Paseo lo convirtieron en avenida y aparcamiento para domingueros,
Bajo Guía en barriada de turistas hambrientos y la fuente en
alberca, donde vomitan los chavalitos del botellón.
Ya
digo, cada Alcalde intenta dejar su propio sello. Ruego a los dioses
que alguna vez quiebre correos.
Aún
está por llegar el que destruya la
Calzada,
pero llegará. ¡Al tiempo!
33
En
la Plaza
del Cabildo todo
se cuenta por lustros y hasta por siglos.
Mi
primer recuerdo infantil es el de un ya desaparecido restaurante
llamado Los
Hermanos en
donde, eso sí, con toda la tranquilidad del sur, te ponían unos
riquísimos huevos al nido. En frente había una pensión con el
mismo nombre donde solían quedarse los jornaleros en la vendimia.
Su
secreto era una base de finísimas patatas muy fritas sobre la que se
estrellaban un par de huevos de campo, la verdad es que entonces los
de granja eran prácticamente inexistentes.
Al
estrujar la yema, el nido
se
reblandecía y mi madre se ponía muy contenta porque por fin comía
algo, que estaba en los huesos.
Un
verano habían tirado la casa donde estaba el restaurante y a muchos
nos robaron otro recuerdo de la infancia
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In
memoriam
Al
Jano
le
iban naciendo hijos en cada primavera y, cada vez que alguna de sus
madres se acercaba por la terraza de Martínez,
sacaba
el Jano
un
pañuelo blanco donde tenía guardados sus escuetos tesoros. El Jano
se
fue dejando la vida y las ilusiones en todos los bares de la plaza,
también la simpatía que a veces mezclaba con el mal genio y también
se fue dejando la mitad de las palabras.
Hace
tiempo que no le veo pasar por La
Gitana para
tomarse una castora a la sombra del toldo. Espero que cuando esto
escribo, siga igual de feo que siempre, pero igual de buenagente.
-
¿Y tu cómo sabes, Jano, cuales son los tuyos?, le preguntaban.
-
Oj e ienen lahoreja ahín- y hacía con las manos dos soplillos- ehon
jon oj mio.
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Antes
de ser lo que es, La
Gitana era
un tascón descascarillao donde las moscas, “vosotras, las
familiares, inevitables, golosas…”, peleaban por conseguir un
hueco digno en las tiras de papel pegajoso que colgaban del techo.
Había
sólo dos bombillas de 60 y las sombras de todos los borrachos se
arracimaban en torno a las morenas,
esa mezcla de moscatel y manzanilla que te costaba 2´50 y te llevaba
al cielo en un segundo.
Manolito
el de los periódicos, que
tiene la mirada como una flecha, semejante a la de Kant
y Shopenhauer juntos,
es hoy el único vestigio de aquel tiempo que se fue.
Su
foto, como el pasado, amarillea en las paredes de esta remozada
taberna donde Manuel,
José, Manolo, Raul y Juanmi,
saben tirar magistralmente una cerveza fría apenas sin pedirla.
Algo
que se agradece con tanta calor.
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Cuando
aún las pizarras de Balbino
no
eran el poema surrealista que hoy dibujan sus cientos de tapas, Lili
se
sentaba,siendo niña, en la puerta del almacén, con un papelón de
aceitunas.
Estaba
entonces enganchada a las aceitunas del rústico almacén donde sólo
entraban gente del mar y del campo y por eso ella colocaba su trono
en el gastado escalón del ultramarinos.
El
festín sería sin duda barato.
Una
por una las iba deshuesando sobre el papel de estraza y cuando ya
tenía una respetable cantidad las volcaba sobre el pan abierto en
dos. Aquello tenía su rito. Lento y cuidado.
Hoy,
aún a veces, sobretodo en invierno, alguien pide aceitunas, pero
vienen en bolsas de plástico.
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De
Philippe,
por
mucho que se empeñe en contar que vino de Suiza
a
Sanlúcar harto de pasar frío, todo el mundo dice que es francés.
En
su barbería, justo en la esquina opuesta a La
Gitana,
seconvirtió en el fígaro personal e intransferible de jubiletas por
las mañanas y de funcionarios municipales por las tardes.
Philippe
escucha
con absoluta paciencia y educación las batallitas de los viejos, a
los que magistralmente rapa los cuatro pelos justo hasta la señal de
la boina, y ya en el turno de tarde oye, no sin cierta ironía, como
los funcionarios ponen a parir al alcalde o a la alcaldesa de turno.
Es
la suya una barbería al más puro estilo psicoanalítico. Philippe
tiene
una buena colección de libros sanluqueños y por lo visto la gente
los lee.
Si
él lo dice yo me lo creo. Hasta es posible que este lo lea alguien.
¡Qué pena que se haya tenido que ir hasta la calle Ancha!
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En
la Bodega
de La Gitana hay
un nido centenario donde siempre venían a pasar el verano una pareja
de cigüeñas.
Hace
dos años vinieron con dos cigoñinos patilargos y gritones que les
exigían, creo yo, más de la cuenta.
Quizá
porque su aumentado clan quería más lujos, el caso es que
mamá-cigüeña, que siempre se había comportado como vecina
ejemplar, a las ocho en punto de la mañana atravesaba volando
majestuosa la calle
Tartaneros para
llegar a la Plaza y se llevaba colgando del pico todo lo que
encontraba tendido en las dormidas azoteas.
Este
año, 2006, ha llegado sola y triste.
Sinceramente
no sé lo que le habrá pasado.
Tengo
que hablar con ella.
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El
Tecnicolor
quedaba
un poquito más lejos, allá por la Plazoleta
de San Roque,
pero viene a cuento aquí, porque era la primera estación de
penitencia antes de pasar por la vieja
Gitana,
aquella de los papeles atrapamoscas, ya dije.
Fernando
era
grueso, calvo, serio y llevaba una eterna colilla apagada entre los
labios.
Te
servía, de unas vasijas transparentes con su grifito y todo, copas
de cacao, menta y ron, por dos cincuenta pesetas y ya te ibas puesto.
El cubata te costaba doce pelas si compartías cocacola tamaño-
base-Rota, que por otra parte era obligatorio.
Los
mariquitas tenían sus vasos floreados aparte.
El
Tecnicolor
lo
quitaron y pusieron en su lugar una tienda de animales presos, donde
a veces hasta venden serpientes pitón (¡Dios, qué he dicho!) de
ochenta centímetros.
¡Menos
mal que el
Clemente sigue
estando donde tiene que estar!
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Las
sombrillas de Balbino
y La Gitana, cuando
hace levante, se doblan sobre los clientes como palmeras.
Con
la levantera las tortillitas de camarones, a las que algunos
madrileños llaman “tortitassss de camaronessss”, con más eses
que camarones, salen volando y hay quien se las ha tragado en su
planeo.
Dicen
los entendidos, no yo, que sólo soy un pobre escribidor y por tanto
no me dan los posibles para tapas, que las mejores papas aliñás son
las de la Barbiana,
tan lejos de mi rincón, allá por la calle Ancha; las mejores
tortillitas las de Balbino,
donde
aún guardan el secreto de su elaboración como la Coca Cola y las
mejores ortiguillas las de La
Gitana.
Aunque eso, como todo, va por gustos.
Con
el poniente también se doblan las sombrillas como palmeras, pero
para el otro lado.
Es
una forma justa de repartir la sombra.
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A
eso de las siete y media el rincón es un hervidero. A veces pasa una
pareja de guardias para hacer creer que no es este un pueblo sin ley,
otras una de guiris mirando mucho lo que come la gente, después
algunos inmobiliarios dispuestos a descansar tras los engaños del
día, adolescentes robándose el primer beso, y poetas descansando de
tanta metáfora.El poetacantor Gallardo
llega
con los pelos tiesos por el llamado síndrome Bukowsky
y
el desasosiego propio de la cuadratura del número, pero a la segunda
cerveza se quita las gafas de sol y empieza a hablar de canciones
nuevas y de viejos poetas. Pepe
Luna,
cuando no le ha dado por apartarse de los vicios menores, también
homenajea a gambrinus,
intentando sin éxito dirigir la conversación hacia la eterna
revolución pendiente. Pronto se da cuenta de que no es ni la mejor
hora, ni el mejor sitio, ni tampoco los mejores compañeros de viaje
para tomar Palacio
de Invierno alguno.
Sergio
últimamente
viene menos, porque es verano yGranada
le
espera, pero cuando viene llega la placidez. A veces también se
acerca Ignacio
Arrabal con
la mirada puesta aún en el futuro.Juan
José Vélez este
verano se ha exiliado a Villaluenga
del Rosario y
por ahí anda desaparecido.
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Antañón,
que diría Umbral,
porque
Sanlúcar es un pueblo del sur, un pueblo de Cádiz,
el suelo de la plaza era de color blanco y en él las piedrecitas
hacían dibujos barrocos de palmeras, olas y dragones, pero un mal
día a un listo se le ocurrió disfrazarlo de gris Cuenca
y
ahora, cuando hay levante en calma, las piedras negras rezuman grados
en conserva que nos matan de calor.
En
los carnavales, antes de que alguien llenara de detergente la piscina
convirtiéndola en un iceberg de espuma, hubo quien pasó disfrazado
de José
Luis Medina con
sus dos maceros, la gente aplaudía el recuerdo del Salmonete,
porque supo respetar a su pueblo y a su gente.
“Cuando
nieva en Sevilla me gusta verte”, cantaba
Kiko
Veneno.
Quizá la blancura de una gran nevada devolvería a la plaza su
aspecto del sur.
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Como
hay gente pa tó, hay gente empeñá en montar en Sanlúcar un museo,
es decir, en poner lo que ya está puesto en Balbino.
Uno
se pide una copa de manzanilla y por un euro, antesveinte duros,
repasa la historia de la ciudad, del cante, de los toros, de la
poesía y del periodismo.
Hay
fotos del Castillo
(fantasma)
del
Espíritu Santo,
del Teatro
(fantasma)
Reina
Victoria,
de la Casa
(fantasma)
de
la Infanzona, del
Muelle
(fantasma)
de Bajo
Guía,
de los tranvías
(fantasmas)
de la Calzada.
Sanlúcar lentamente se está convirtiendo en un pueblo
fantasmagórico.
Fotos
de “El
Tato”, Espartaco, Ojeda, Finito, Limeño, Curro y Antonio Ordóñez
con el Niño del Arte.
Juan
de Dios Pareja Obregón escribe
un poema a la
Caridad, Isidro
Sanlúcar al
Jano,
Summer
a
la tortilla de camarones, Carlos
Herrera y
Antonio
Burgos a
Sanlúcar en general. Allí está hasta el Camarón
y
un tal Marqués
del Malandar que
viene en nombrar a Balbino:
Palacio del buen yantar.
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El
Día
de la Caridad hay
que alzar el vuelo.
Llegan
desde las barriadas, desde el Palmar,
desde Bonanza,
desde el Barrio
Alto,
desde todos y cada uno de los pagos. Guapas con sus trajes nuevos,
recién afeitados con la camisa abotonada hasta el cuello.
Las
niñas se acercan juguetonas a la plaza vestidas de princesas, con
sus lazos de seda atados a la espalda, con sus brillantes zapatos,
con su sonrisa clara. Los niños, como hombrecitos serios, buscan un
hueco entre los atestados veladores y miran orgullosos cuando lo
encuentran.
Los
habituales, los parroquianos de este templo laico del vino, buscamos
ese día otros rincones, que son los mismos que ellos abandonan, y
subiendo penosos la Cuesta
Belén nos
perdemos en las calles de cal que rodean la Plaza
de Arriba.
El
Día
de la Caridad se
convierte el pueblo en un tiovivo
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El
niño apareció por el patio del colegio una mañana de invierno.
Puedo
asegurar que en Guadalajara
no
es cualquier cosa una mañana de invierno.
Temblaba
de frío, hambre y roña. Pero su mirada era limpia. Sólo pedía
pan. Pero el cura pensó que un hijo de Dios
no
podía ir tan sucio.
En
una pileta de los servicios, le desnudó a la vista de todos y le
bañó con agua gélida. Tendría unos ocho años, como yo. Yo le vi
tiritar casi hasta la muerte y también contemplé horrorizado cómo
su cuerpo se amorataba.
Al
final el cura le dio un pan, un rosario y le hizo besar su mano.
Nunca más volvió.
Cuando
los rocieros pasan por la plaza tras su misa del alba yo no sé
porqué me acuerdo de estas cosas.
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Sábado.
Las puertas de Tartaneros
4,
la Sala de Exposiciones de Rosa
y
José
María,
están abiertas: Gadir,
Pérez Valencia, La Canalla, Paco Madame, Lagomazzini, Perales…
cubren el espacio de color y formas.
Entro
en el “Zoco
Andalusí”, alguien
ha hecho arder un pequeño pabilo de incienso y todo vibra con el
olor espeso de Marruecos,
el mismo olor que llena nuestras calles en Semana Santa.
Me
saluda Paporra,
sentado en un sillón cardenalicio, como un sultán. Frente a su
tienda de antigüedades hace sonar un viejo organillo, que desgrana
impávido las notas de “Ojos
verdes”, llenando
la calle con sonidos de Chamberí.
Cae
la noche y sé lo que eso significa. La magia de Rosa,
del
Zoco,
de
Paporra,
se esconden con toda rapidez en la chistera.
Llega
la magia negra del Botellón.
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En
las mesas, uno, sin querer, escucha conversaciones de todo tipo.
Los
viejos,
como es natural, hablan de su hazañas bélicas y, como la mayoría
aquí era anarquista, de su desgraciada estancia en la cárcel del
castillo, de algún amigo fusilado y de sus ya más que lejanas
conquistas amorosas.
Los
jóvenes se
arrullan como las palomas y no tienen ojos ni palabras más que para
ellos, así que el auditor anónimo casi no se entera de nada.
Las
marías sí
que son una fuente inagotable de información, mientras esperan que
se les caliente un poquito el refresco, que tanto frío les
descompone los bajos, le ponen a uno al día de los avatares
sanitarios y sentimentales de-la-prima-de-la-cuñá-de-la hermana-de
novia-a-la-que-llamaban-la…
A
los
niños,
la verdad, es que no se les entiende muy bien lo que hablan, como a
los poetas.
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Siempre
que se acercan las elecciones comienzan a caer por aquí los
concejales para ver como va la cosa. Como normalmente la cosa va mal,
conforme pasan las horas se les va poniendo cara de cesantes.
Antes,
al mediodía, solía hacer parada y fonda Pedro
Gómez con
su inseparable Cohiba
desde
que volvió de La
Habana.
Todo
el mundo decía que era el que cortaba el bacalao en el Ayuntamiento,
pero un día se fue de la
Casa y
yo a estas alturas no sé si se ha llevado en su marcha el dichoso
bacalao de los cojones.
Los
de la oposición, salvo Prats,
que
fue el que hizo la piscina de la plaza sin ponerle ni placa ni ná,
por aquí no aparecen y así no hay manera de que levanten cabeza.
Se
van a quedar a verlas pasar, como las bodas de los patos en Doñana.
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En
los crepúsculos de invierno, las farolas reflejan su luz amarilla
sobre la humedad de las piedras lisas y el suelo parece recién
regado.
Es
tiempo de meditación.
El
pueblo está vacío, Sanlúcar
es
la antípoda de su cartel veraniego, pero la plaza tiene la hermosura
de la quieta madurez.
Cruzan
sombras ateridas que apenas si saludan a otras sombras más ateridas
aún bajo el relente, bajo la soledad. Uno se convierte en un
filósofo peripatético, aunque no tenga ni las ganas, ni el valor
suficientes, como para alargarse hasta la playa a través de la
niebla inagotable de la
Calzada.
Sólo
Antonio
“Balbino” y
su perra Luna
se
atreven cada mañana a atravesar su bruma y su soledad.
y
50
Me
había prometido hacer 100 capitulillos, pero me canso pronto porque
empiezo a estar viejo y me comienza a faltar la paciencia y el
resuello.
Acabo
estas líneas una noche de verano del 2006 sentado con Lili
en
la terraza del Savoy,
mientras una verdadera multitud asalta los veladores de Toni,
La Ibense, Barbiana, la Herencia,
la
Cafetería Cabildo, por
supuesto los de La
Gitana y Balbino,
y arrasa hasta en los
Montaditos,
el nuevo y último vecino en el sotabanco del Barquero.
Me
quedo con el recuerdo de la calor, de la insaciable marabunta, del
hervidero de la plaza, porque llegará el invierno y no habrá a
quien dirigir ni la mirada, ni la palabra.
Guardo
en mis huesos los ardores de la última levantera, que era sucia
según las teorías del Camaroncito
de Plata,
pero que taponará las humedades invernales de mi frágil caliche.