viernes, 11 de enero de 2013

PLAZA DEL CABILDO








Plaza del Cabildo


Jota Siroco


Para Carlota y Aitana,
mis nietas.

VERANO
1
A Theodor aún le brillan los ojillos cuando una morena se queda embelesada con su violín.
Theodor tiene un violín casi de espuma, a punto siempre de desmenuzarse entre sus manos, porque aquella mínima cajita de música ha atravesado por la noche demasiados ríos hasta llegar a España. ¿Se sigue llamando así Estepaís?.
Theodor no tiene dientes porque no tiene dinero. Tampoco tiene mujer por la misma razón. Theodor no es el violinista en el tejado sino entre las mesas de la plaza.
Sólo sigue llevando a orgullo ser rumano.

2
Al Camaroncito de Plata la gente, como al Piyayo, lo toma a chufla, quizá porque él se toma demasiado en serio.
Todos los días nos martiriza con un “como el agua” manoseado y turbio, pero el día que falta le echamos de menos, porque uno necesita quejarse de algo.
Tampoco tiene demasiados dientes, igual que le pasaba a Theodor, porque se los dejó en el viento mientras montaba a caballo.
Sueña, y casi se lo cree, que un día de levante un guiri con posibles y borracho le dará quinientos euros, como poco, a cambio de su cante. Ya veremos.
El Cordobés es canijo como un pajarillo en Agosto, pero aún no ha perdido ni la sonrisa, ni la voz.

3
La casa de la Infanzona estaba en otros tiempos cargada de arabescos.
Yo no sé como se llamaba tan noble “querida”, y aunque podría buscar su nombre en la Historia de Sanlúcar de Barbadillo y parecer muy culto, no voy a perder ni un segundo en averiguar el nombre de los protagonistas de este culebrón.
Tampoco me importan ni mucho, ni poco, los polvos y lodos que llenaron los rijos borbónicos de aquel palacete, ni los vástagos apócrifos, si los hubo, del Infante.
A mi lo que me importa es que alguien diera la autorización para meterle una piqueta en las entrañas, para hacer crecer en su lugar el mayor adefesio arquitectónico de las historias.
Al final cambiaron Infanzona por notario y polvos por hipotecas.
Pues eso.

4
El Pineda se destoca el cerebro para saludar y parece como si en ese gesto te regalara un marquesado.
Sabe que nadie se cree lo de sus amores con Brigitte Bardot, ni la mitad de sus andanzas, pero él cultiva su leyenda y su decadencia como los más nobles pícaros de la literatura clásica.
Anda crecido desde que el Loco de la Colina le sacó en su programa y lleva razón porque ahí no sale cualquiera, que se lo pregunten si no al Peito, al Cuñao y al Risitas.
Una especie de “gatopardo” a la sanluqueña sin más reino que la terraza de La Gitana, sin más amores que los que dibuja su imaginación y sin más ducado que los palcos elitistas de las carreras. Ese bigote cuidado guarda quizá demasiados secretos, casi los mismos que un D. Guido de opereta, pero imprime a la plaza ese tono de tiempos rancios preciso y necesario.

5
En la calle Tartaneros y en el Patio de la Victoria hace ya mucho tiempo vivían los gitanos y el desorden era algo natural.
Hoy es el hermoso convento un decorado a lo Grotovsky donde artificiosos adolescentes y desarrapados de diseño se acercan cada sábado, botellón en mano, para ocupar y destruir este espléndido rincón de Sanlúcar. Ya casi se me olvidó el nombre de los bares que invaden sus entrañas seculares, sirva el de La Demencia, como símbolo de tanta locura.
El Alcalde Juan Rodríguez me prometió acabar con esta vergüenza cuando yo la padecía directamente en mis escuetas carnes, pero se fue para siempre antes de conseguirlo, eso sí,como parte de su promesa, puso de adorno tres guardias y un macetón en la calle Banda Playa; Laura Seco, la alcaldesa, le ha confesado a los Balbino que no hay nada que hacer y que a joderse tocan.
Sinceramente yo no sé cual de los dos dice la verdad.

6
Es de entender. Nueve de la noche. Levante.
Al mi arma no se le van de la cabeza las 300.000 pagadas por quince días.
Olor a desodorante al limón. Sudor sin tregua. Barriga cervecera también sin tregua.
Es de entender.
Y yo allí tranquilamente, con mi puto librito, la jodida cervecita acabada y otra en puertas, charlando de cosas que nada tienen que ver con inversiones y ocupando una de las inaccesibles mesas del Balbino una vez dás y repicás las nueve en el reloj del Ayuntamiento.
Es de entender que sólo le faltaran dos segundos para saltarme sobre la yugular. Dudé un segundo pero la prudencia y el escalofrío me indicaron que era mucho mejor tomar las deVilladiego. ¡Jodido servesita, no dijo ni gracias!

7
Pasito a pasito, en silencio, se acerca Luis el del barrio.
Luis era más o menos normal, tampoco hay que exagerar, pero un mal tripi en una peor tarde se le subió a la azotea y allí se le quedó de okupa.
Hoy, aunque sigue sin afeitarse, al menos se ha peleado con el jabón, aparentemente con victoria…un cigarrito, un fueguito, un eurito…en fin tos los avíos.
-¿no?...pues adiós. A punto está de venderme una fabada Litoral de las que el Eco tira al contenedor cuando se pasan de fecha. Por una vez me resisto como gato panza arriba y el cliente de al lado, que por lo visto tiene mejor corazón y más dinero que yo, termina por comprársela.
Esto es así, hoy por ti mañana por mi, lo malo es que a un servidor casi siempre le toca el hoy, y por eso aún me sorprendo de no haber acabado durmiendo en los brazos grasientos de la fabada.

8
A veces, muy de vez en cuando, porque él sólo toma te inglés a horas intempestivas para cualquier cervecero que se precie, aterriza por La Gitana Miguel Furlock.
Miguel es un fotógrafo alemán con mucho pasado y mucho futuro, pero con un presente más bien difícil en un pueblo donde aún triunfan las fotos de comunión, bodas y bautizos.
Hace unas fotos en las que, como en los cuentos, no se narra todo el argumento, sido el detalle.
A partir de eso que la gente arree.
A mi me cae bien Miguel, porque cree en lo que hace y sobretodo porque hace lo que cree.
Miguel tiene varios gatos y ha aprendido a ronronear como un felino.

9
Cuando pasa Antoñito Dueñas con su estrambótica mercancía camino del Balbino, alguien dice “correo” y él responde “correo, correo” con voz de soprano eunuco.
De niño vendía altramuces en la puerta del cinema y los chiquillos le quitaban los “chochitos” a puñaos en cuanto se distraía.
La verdad es que se distraía casi siempre.
En “Balbino”, apenas si la “casera” se le sube a la cabeza, hace la gallina y el elefante entre las palmas del personal, mientras saca de su bolsa atrabiliaria un viejo transistor o cinco vienas duras que le compra Antonio tras el necesario regateo.
Al salir, Juan el marino le grita “correo” y el responde muy serio “correo, correo”.

10
A los Plómez se les va cogiendo cariño porque se quieren y porque tienen la buena costumbre de no amargar con penas la noche del viernes.
Tienen la buena educación de los muchos hermanos, de las familias numerosas de toda la vida, de la crianza compartiendo lo mucho o lo poco que trajera el destino y eso se nota en saber elegir lo caprichos y en no ser caprichoso.
Rosala me cuenta las cosas más disparatadas de este disparatado pueblo, pero además sabe hacerlo con gracia y entre carcajadas; la gorda valora el cubata y el marlboro y estas cosas hoy en día son de agradecer.
Juan y Rosalía son ya parte del mobiliario urbano del Cabildo y del mobiliario humano de mi corazón.

11
Luis Paporra, con el paso de los años, va formando parte de su propio inventario, va adquiriendo la solera de sus antigüedades y cualquier día de estos un japonés con posibles se lo lleva a su tierra.
Luis tiene su harén místico en la calle Tartaneros donde anuncia un Velázquez con las notas cascadas de un viejo organillo y a veces, se acerca a la esquina de La Gitana a buscar clientes o a seguir el ritmo de alguna falda perseguida por el levante, que aún guarda las hechuras del gallo que fue.
Luis me compró hace años un sillón de barbero que acabó en Shauen, ni se sabe cómo ni por cuanto, pero sí sé que al moro le engañaría con arte, machadianamente, engañando sin mentir.


12
El Niño del Arte torea por naturales a las cabrillas de Balbino, arrimándose con tiento y por derecho, como si de miuras se tratase.
Aunque Antonio fue sólo torero por un día, pero, como el albero no sabe de tiempo, será torero allá donde vaya, porque eso se lleva en los andares y en los ojos.
Cuando me confesó que había pasado su tren y que no se montó, comprendí que no era aquella época de “Aves” que van y vienen sin mirar deseos e ilusiones.
Eran otros tiempos y los trenes sólo pasaban muy de vez en cuando, con retraso, con nocturnidad y, sólo a veces, cuando tenían que pasar.
Hoy sigue mirando a Clavelargo, a Histrión y a Limato, los toros disecados que presiden el bar, con empaque de paseillo.

13
Benito Ridruejo, porque está joven, pasa cada mañana de verano vestido de Indiana Jones, con la prensa del día bajo su brazo y con sus ojos de listo clavados en un futuro de mucho tiempo.
Benito guarda el encanto de los viejos republicanos y de los ateneistas masónicos, y, aunque cada vez le importan menos las conferencias que se ofrecen en la docta casa, porque ya son muchas y a veces repetidas, sigue esperando ilusionado la copita de vino español, para cogerle la mano a su Consuelo.
¡Va a ser difícil que a Benito le nazca un delfín!.
Yo sé quién podría serlo, pero anda un poco liado con sus conciertos.


14
Las palomas del Cabildo, como todo el mundo en la plaza, que al fin y al cabo también son población estable, tienen sus nombres y sus apodos, el “calvo”, la “cabezona”, “patitiesa”, la “chirigota”…a mi me enseñó a distinguirlas mi hija Liliana que, como ya dije en otro lugar, se pasó años robando su paciencia mientras les echaba arbejones uno a uno.
Hay inviernos que se nota la falta de alguna y a uno le da pena, porque ya te has hecho con su mirada, con su compañía y con su indiscreción.
La “patitiesa” por ejemplo era coja de la pata derecha por un mal pelotazo y andaba la pobre, es un decir lo de andaba,posándose directamente en las mesas, porque a la greña con las otras palomas no se comía ni un grano.
Este invierno faltó y, ya digo, me dio pena

15
Son tantos los años que ya mide uno el tiempo de la plaza por generaciones, Vanesa y Olga, mis hijas mayores jugaron aquí, también Liliana, ya he dicho, y la Peque y Bea, las hijas de los Rosalía y Juan también, marcando otra época; hoy la ocupan Franky, Ana, Alejandra, Fernando y Adriana señalando nuevas fronteras temporales; y Sergiete, el hijo de Sergio y Mati, que siempre busca impávido el móvil del Gara; Juanito y Sofía los de Lina y Damián; mi tocayo Pepe, el hijo de Rocío y del excelente poeta José Luis Lobato; Belén, la sobrinísima de Patri y Pepe Luna; Pablo, el nieto de Balbino; Juan y Carlos, Sara, Gloria y Guille, mis pequeños vecinos sufridores de las noches de botellón y muchos y muchas más que pasan sin detenerse como tampoco se detiene la vida.
Por supuesto que viene apretando también mi nieta Carlota, a la que ya le he buscado un buen huequecito a la sombra, junto al carrillo de chucherías.

16
En el Ateneo, cuando se caía a pedazos en el corazón de la plaza, se leían pregones a un Guadalquivir inexistente y siempre al pregonero lo besuqueaban las matronas.
Cuando el pregón era demasiado largo, o ya se sabía que la cosa iba a ir de caracolas y olitas verdes, los poetas locales nos refugiábamos en las destartaladas mesas de Casa Martínez, por donde después he sabido que de niña correteaba Lorena, la amiga de mi hija Liliana,.
Del Ateneo de entonces, ya dije, sólo quedan Benito y Consuelo, echándole ganas y reaños en las covachuelas realquiladas de La Victoria; de los Martínez no queda ni el nombre, ni el suelo de ajadas losetas onduladas, perdió la fe y es hoy una ermita laica con culto a Baco, donde ejerce Juan Carlos de Sumo Sacerdote.


17
Hablando de Baco. Hoy se ha dejado caer por la plaza Jesús y su perro Bush, ¡Buen nombre para un perro!. Lo mismo llega a presidente de algún que otro país.
Jesús y su hermano Eulogio tuvieron un bar junto a laplaya, convertido hoy inevitablemente en adosados, donde muchos hablamos de amor casi por primera vez entre mimbres y plantas.
A Jesús le pasaron muchas cosas en la vida que él tiene el buen gusto de sobrellevarlas sin una queja y se ha quedado varado en la Estación Término, tal vez como un símbolo de que nada acaba y que siempre hay un viaje a punto de comenzar.
Jesús creó el Premio Baco de Teatro.
A mi me dio uno, yo creo que porque era mi amigo, ademásde un buen cliente.
Hoy no hay premio, ni Baco, ni teatro.

18
Siempre a principios de Julio, Paco Madame expone sus cuadros en la Galería de Rosa y José María, este año se han llenado sus lienzos de ojos y gatos que miran hacia dentro.
Paco Madame le dio a mis cabellos de entonces el tono y la textura adecuados para que pareciera un verdadero Rey Melchor. A las dos horas de arrojar caramelos en la Cabalgata, ya a la altura de la Plaza Cabildo, no quedó más remedio que cambiar los villancicos por el “cantando bajo la lluvia”.
Baltasar tenía suerte porque llevaba una especie de baldaquino verde que impedía que se mojara, pero Gaspar y yo íbamos al raso, y apenas si cayó el primer chaparrón, las ondas del pelo se convirtieron en fregona, las barbas en estropajo y el manto real adquirió el peso de manta zamorana. Los pajes se bajaron de la carroza, los chiquillos, visto lo visto, se olvidaron del real cortejo, y allí que nos quedamos los tres reyes magos hechos una sopa sobre nuestros tronos de oropel. Corría el año 1982, eran otros tiempos, y ustedes ahora comprenderán que tengo buenas razones para ser republicano.

19
Nadie podía entrar en el Tartessos si Manolo no le daba la venia desde la mirilla, que eran ya muchos años y muchos disgustos, además él sabía que eso también se hacía en Londres.
Manolo Díez, hasta que la piqueta le obligó a trasladar su biblioteca cuarenta metros hacia el norte, se había leído a lomos de su mecedora toda la literatura del mundo mundial y parte del extranjero y era desde que cerrara su garito una parte esencial del mobiliario urbano de la plaza.
Nunca faltó entre sus manos un libro nuevo o una charla apacible con Santiago Pérez del Prado, el que más sabe de las casas de Sanlúcar, que llegaba tranquilo, caída ya la tarde, a colocarse junto a él bajo los azulejos que indican que allí vivió D. Manuel Barrios Masero, poeta, erudito… y sanluqueño para más señas.
Yo creo que cuando hagan la obra no quitarán la placa, ni los quitarán.

20
Juanito Plazoleta tiene una desgarrada voz de tenor cuando pregona cupones en la mismísima puerta de Balbino: ¡¡¡El 69, el 69, el número erótico, esta noche toca!!! , grita frente a las mesas poniendo un toque rijoso en sus ojos hueros y la gente le compra el numerito por si hay suerte y esa noche cae.
Cuando no vende cupones ensordeciendo al personal, Juanito Plazoleta, ejerce de tocaor de la Sallago, que es en sí misma una antología del cante y que hace unas letras flamencas que para sí quisiera el Lorca de Nueva York.
A Juanito, cuando mejor le salen las bulerías es cuando se le cuela en la guitarra un cigarrón, como le pasó en Utrera, el cual, desesperado por escapar, comenzó a rasgar las cuerdas con más arte que el mismísimo Manolo Sanlúcar.
-¡Hoy sí que te está saliendo bien, Juan!, gritaba con guasa la afición.
- ¿Ah, siiiii? ¡Pues yo me voy a cagar en vuestros muertos con tanto cachondeo!

21
A Rafael, el gitano de los claveles, que me llama “primo” y esto es mucho para el bronce, el trote del caballo le esta dejando la calavera al aire.
El gitano de los claveles está en mi nómina de septiembre a junio, pero el sabe bien que en verano tiene que trajinarse a los turistas que le rodean. ¡A por ellos, le digo, que son muchos y cobardes!
Va dejando en las mesas un clavel marchito, unas manos marchitas y una sonrisa marchita.
La mayoría de las veces recibe a cambio de la flor un educado no, gracias, también marchito, que no le da ni para una castora y comienza a cagarse en los mengues de todos los guiris nacidos y por nacer.
Con toda la razón del mundo.

22
Las minicrónicas que tienes entre manos limitan al norte con el carrillo de chucherías de Pilar y su tropa de nietos, al sur con el del Toribio y con los helados de Toni (a mi el que más me gusta es el napolitano de toda la vida, con su papel transparente derritiendo la vainilla y el chocolate), al este con las bocas de tiburón del pintor Garrido tras la fuente-alberca que refresca las siluetas de La Ibense y de La Herencia y al oeste con las ruinas del Ateneo.
Quinientos metros mal contados, casi-casi como el Principado de Mónaco, sin más príncipes y princesas que lospaseantes, y sin más yates que los barquitos de papel que algún niño, marinerito en tierra, puso a navegar en la alberca.

23
A mi de Proust me sobran casi dos mil páginas y me basta con dos de sus párrafos para poner un poco de orden en las cosas.
En invierno, como hay poco sol y mucho viento, no llegan a veinte las mesas en las terrazas de La Gitana y Balbino.
Los habituales tenemos asignado el mismo sitio y la misma hora, pues ya se sabe que a cierta edad no es demasiado bueno cambiar las rutinas, que son al fin y al cabo el origen de todas las sorpresas.
Los anticuarios y corredores de fincas paran más en la primera mesa de La Gitana, nuestra tertulia allá por la tercera, cuando hay levante, que con el poniente es mejor refugiarse en Balbino para evitar que se aventen demasiado las sinalefas, las Reinoso en la primera de La Gitana II, la cueva de Paco, Luis y Federico… en fin que cada cual tiene, como las palomas, su nido y casi nadie, salvo los novatos y turistas de aluvión, se atreven a cambiar el tiempo y el orden natural de las cosas, como Proust.

24
Yo creo que es la Virgen de la Estrella la que en Semana Santa se mece entre las mesas dejando a su paso un olor a pachulí y a incienso, igual-igual que las muchachas en primavera.
Frente a la casa de Pozo, que se nos fue, se para un instante y a veces desde el balcón, El Nono, le lanza una saeta más dolorida aún que los siete puñales de la Dolorosa.
Y las muchachas, ya digo, lloran su pena con los ojos limpios.
Pero sólo dura el llanto un instante, porque huele a azahar y andan cargadas de polen las sonrisas.
Cuando llega marzo, sin prisas, sin empujar, la plaza se llena de cuerpos cantando a la sangre y uno deja de ver abrigos ambulantes sin formas y sin pecados.
Yo me acuerdo de Juan Plazoleta y siento que no pueda ver este milagro.

25
A los rumanos, igual que a los chinos les dan al nacer un saquito de arroz, les regalan los padrinos un acordeón o un papelito de desgracias y ¡hala, pa Sanlúcar!, les jalean en romaní.
Por la plaza vienen varios, todos de Bucarest y todos opositores a Ceausescu (Chochescu), esto último nadie se lo cree, pero es lo que les han dicho que digan, que aquí salimos hartos de dictadura y que esas palabras reblandecen el corazón y los bolsillos. Uno no comprende que habiendo tantos opositores no acabara el odiado Conducator en la cuneta muchos años antes. Lo malo que tienen los rumanos, aparte de la dentadura, que eso ya dijimos era por lo que era, y aparte de su repetido repertorio, son los colegas de la pandereta. No hay ni uno que tenga el más mínimo sentido del ritmo y acompañan Ansiedad o Bésame mucho con la cadencia de folklore pensilvano y así no hay manera. Uno les echa unas monedas en la pandereta con el fin de comprar su silencio. ¿Los paisas?... Los paisas somos todos y cada uno de nosotros sin carrito de transistores, sin patera y con cuarenta kilómetros de menos a la hora de nacer.

26
Bamba guarda en su mirada las lejanas soledades de Senegal y anda flexionando las piernas como las panteras o como los cantantes de boleros.
Una vez nos quiso enseñar a decir hola y gracias en su lengua, pero su endiablada fonética hizo que todos los sonidos se convirtieran en jotas; él, sin embargo, habla perfectamente el español. Habrá que reestudiar eso de la superioridad de ciertas razas.
Los negros se acercan altivos y callados a las mesas de los blancos, enloquecidos con sus tortillitas de camarones y por los efluvios de la manzanilla, para ofrecerles su mercancía: relojes, pulseras, gafas de sol, pañuelos…
No insisten. Se paran, observan… y con la misma altivez y el mismo silencio se alejan hacia otro velador.
Bamba hace tiempo que no hace la ruta de los bares porque tiene ya su propio kiosko en la Calzada, allá por las lindes del Ambulatorio.

27
Yo recuerdo a Manolo Vidal en la terraza de Balbino, escribiendo un poema-juego sobre el nombre del bar y la forma Va-al-vino, que hoy cuelga en las paredes de la taberna, justo a la entrada a la izquierda, por si quieres, lector, echarle un vistazo.
Yo recuerdo la risa franca de Manolo Vidal y su buen beber y recuerdo también alguna noche de farra por los tabancos del barrio, mientras me contaba, a ritmo de ametralladora, es decir a su ritmo, mil y una historias de su valleinclanesca vida madrileña.
Nunca hablamos ni de toros, ni de cine, yo creo que en eso demostraba su amistad, pues evitaba así apabullarme. A veces pienso que lo voy a reencontrar sentado en su velador, también él tenía uno en propiedad, cercano a la fuente, para abrirle puertas al fresquito en el verano.
Sé que por desgracia no va a estar, pero es Manolo, de pleno derecho, uno de los personajes principales de estas crónicas delicatessen.

28
Sólo muy de vez en cuando pasa por La Gitana Caballero Bonald, hace demasiado tiempo que no le veo y demasiado tiempo que no hablamos de cualquier cosa que no sea Literatura frente a una copa de vino, y cuando digo demasiado tiempo, me quiero referir a más de veinte años.
A Pepe, cuando ambos éramos un poco más jóvenes, yo le debía un homenaje porque me había regalado demasiados buenos ratos leyendo su obra y también algunos trucos literarios. Cuando fue posible se hizo: exactamente el 13 de Agosto de 1983.
José Luis Medina, le dio una fotografía trucada en la que Bonald paseaba a finales del XIX por la calle Ancha, ya se sabe que Pepe no tiene edad, ni época. Sus amigos: Quiñones, Fernández Palacios, Carlos Edmundo de Ory, Felipe Benítez…le regalaron preciosos poemas.
A mi me parece que le gustó y que se lo pasó bien, porque a aquellas alturas de su historia, 1983, ya digo, todavía no le habían hecho demasiados homenajes.

29
Cuando llegamos a vivir a la plaza nos sorprendieron dos cosas: el micromundo que representa y la acogida que te ofrece.
Madrid, Londres, Ámsterdam, quizá Buenos Aires, me dicen, aunque yo no la conozco por desgracia, son ciudades que te abren las puertas apenas pisas su suelo y te hacen suyo.
Es la plaza un espacio sin dueño y al mismo tiempo de todos, sean o no sanluqueños, ese mínimo epicentro donde late un corazón que riega las venas de todos los barrios. El Cabildo es el decorado de una buena comedia de costumbres, donde cabe el truhán, la celestina, la bella, los guindillas y hasta el payaso de las bofetadas.
Un rincón mundano nacido para la palabra, para pasarrevista al personal, para el buen beber y para el mejor yantar.

30
En verano se acercan por el rincón los flamencos andando a compás de un mirabrás
El Lebrijano, un poquito más mayor de lo que él y todos quisiéramos, aparece casi entrada la noche y siempre hay alguien que le cede su mesa, yo creo que Juan llega siempre un poquito tarde para que no se pierda el ceremonial.
Cada vez menos, que se me ha hecho muy chipionero, se asoma por la plaza la sonrisa árabe de José el de la Tomasa,…en pasados tiempos, mientras construíamos efímeros sueños, soportó estoico mis penurias y alabó el pollo asado que nos sirviera de cena cada noche. A punto estuvo de salir cantando el pio-pio.
Este año 2006 ha venido un grupo de franceses locos capitaneado por Jean Paul Ferrand, dispuestos a traernos el flamenco de media Europa. Eslovacos, japoneses y austriacos entonándose… por bulerías ¡Ahí es ná!. Fuí poético compadre en los Jardines del Palacio de Michel Albertini, que venía de trabajar con José Mª Flotats y que recitaba a Lorca con la pasión del converso.

31
Balbino llegó a Sanlúcar con trece años, sin saber la que iba a liar, y ya nunca volvió a su pueblecito soriano de La Fragua, que no eran aquellos tiempos para ir zascandileando de un sitio a otro. En su tasca del Cabildo, los betuneros se tomaban un cuarto de tinto, no sé si cristiano, por dos pesetas, los trepadores una tapa de bacalao en papel de estraza por cincuenta céntimos y los marineros un vaso de manzanilla de medio tapón por ná y menos.
Pero, amigo mío, Antonio acababa de terminar la mili y no sólo había aprendido los valores patrios, sino también lo que era un cubalibre, algo que por aquí entonces sólo lo sabían en el Tecnicolor y en La Polilla. Cuando en el 86 dijo el patriarca que 72 años era una buena edad para jubilarse, sus hijos Balbino, Joaquín, Antonio y Elías se empeñaron en convertir el viejo tascón en el monumento histórico- gastronómico que es hoy. La verdad es que El Arte, Alberto, Jorge, Juan, El Rubio, Jesús, Antonio Romero, Balbinito, Pedro y Pepe el del jamón, les hacen bien la faena de aliño.

32
En este pueblo cada Alcalde que llega tiene como primera y principal misión estropear todo lo que hicieron los anteriores y a fe que lo consigue.
Había un Paseo Marítimo que olía a sal y a ostiones, un barrio de Bajo Guía que mantenía intacta su vocación marinera y una fuente de la plaza en la que los chiquillos se encharcaban los pies huyendo de las avispas.
El Paseo lo convirtieron en avenida y aparcamiento para domingueros, Bajo Guía en barriada de turistas hambrientos y la fuente en alberca, donde vomitan los chavalitos del botellón.
Ya digo, cada Alcalde intenta dejar su propio sello. Ruego a los dioses que alguna vez quiebre correos.
Aún está por llegar el que destruya la Calzada, pero llegará. ¡Al tiempo!

33
En la Plaza del Cabildo todo se cuenta por lustros y hasta por siglos.
Mi primer recuerdo infantil es el de un ya desaparecido restaurante llamado Los Hermanos en donde, eso sí, con toda la tranquilidad del sur, te ponían unos riquísimos huevos al nido. En frente había una pensión con el mismo nombre donde solían quedarse los jornaleros en la vendimia.
Su secreto era una base de finísimas patatas muy fritas sobre la que se estrellaban un par de huevos de campo, la verdad es que entonces los de granja eran prácticamente inexistentes.
Al estrujar la yema, el nido se reblandecía y mi madre se ponía muy contenta porque por fin comía algo, que estaba en los huesos.
Un verano habían tirado la casa donde estaba el restaurante y a muchos nos robaron otro recuerdo de la infancia

34
In memoriam
Al Jano le iban naciendo hijos en cada primavera y, cada vez que alguna de sus madres se acercaba por la terraza de Martínez, sacaba el Jano un pañuelo blanco donde tenía guardados sus escuetos tesoros. El Jano se fue dejando la vida y las ilusiones en todos los bares de la plaza, también la simpatía que a veces mezclaba con el mal genio y también se fue dejando la mitad de las palabras.
Hace tiempo que no le veo pasar por La Gitana para tomarse una castora a la sombra del toldo. Espero que cuando esto escribo, siga igual de feo que siempre, pero igual de buenagente.
- ¿Y tu cómo sabes, Jano, cuales son los tuyos?, le preguntaban.
- Oj e ienen lahoreja ahín- y hacía con las manos dos soplillos- ehon jon oj mio.

35
Antes de ser lo que es, La Gitana era un tascón descascarillao donde las moscas, “vosotras, las familiares, inevitables, golosas…”, peleaban por conseguir un hueco digno en las tiras de papel pegajoso que colgaban del techo.
Había sólo dos bombillas de 60 y las sombras de todos los borrachos se arracimaban en torno a las morenas, esa mezcla de moscatel y manzanilla que te costaba 2´50 y te llevaba al cielo en un segundo.
Manolito el de los periódicos, que tiene la mirada como una flecha, semejante a la de Kant y Shopenhauer juntos, es hoy el único vestigio de aquel tiempo que se fue.
Su foto, como el pasado, amarillea en las paredes de esta remozada taberna donde Manuel, José, Manolo, Raul y Juanmi, saben tirar magistralmente una cerveza fría apenas sin pedirla.
Algo que se agradece con tanta calor.

36
Cuando aún las pizarras de Balbino no eran el poema surrealista que hoy dibujan sus cientos de tapas, Lili se sentaba,siendo niña, en la puerta del almacén, con un papelón de aceitunas.
Estaba entonces enganchada a las aceitunas del rústico almacén donde sólo entraban gente del mar y del campo y por eso ella colocaba su trono en el gastado escalón del ultramarinos.
El festín sería sin duda barato.
Una por una las iba deshuesando sobre el papel de estraza y cuando ya tenía una respetable cantidad las volcaba sobre el pan abierto en dos. Aquello tenía su rito. Lento y cuidado.
Hoy, aún a veces, sobretodo en invierno, alguien pide aceitunas, pero vienen en bolsas de plástico.

37
De Philippe, por mucho que se empeñe en contar que vino de Suiza a Sanlúcar harto de pasar frío, todo el mundo dice que es francés.
En su barbería, justo en la esquina opuesta a La Gitana, seconvirtió en el fígaro personal e intransferible de jubiletas por las mañanas y de funcionarios municipales por las tardes.
Philippe escucha con absoluta paciencia y educación las batallitas de los viejos, a los que magistralmente rapa los cuatro pelos justo hasta la señal de la boina, y ya en el turno de tarde oye, no sin cierta ironía, como los funcionarios ponen a parir al alcalde o a la alcaldesa de turno.
Es la suya una barbería al más puro estilo psicoanalítico. Philippe tiene una buena colección de libros sanluqueños y por lo visto la gente los lee.
Si él lo dice yo me lo creo. Hasta es posible que este lo lea alguien. ¡Qué pena que se haya tenido que ir hasta la calle Ancha!

38
En la Bodega de La Gitana hay un nido centenario donde siempre venían a pasar el verano una pareja de cigüeñas.
Hace dos años vinieron con dos cigoñinos patilargos y gritones que les exigían, creo yo, más de la cuenta.
Quizá porque su aumentado clan quería más lujos, el caso es que mamá-cigüeña, que siempre se había comportado como vecina ejemplar, a las ocho en punto de la mañana atravesaba volando majestuosa la calle Tartaneros para llegar a la Plaza y se llevaba colgando del pico todo lo que encontraba tendido en las dormidas azoteas.
Este año, 2006, ha llegado sola y triste.
Sinceramente no sé lo que le habrá pasado.
Tengo que hablar con ella.

39
El Tecnicolor quedaba un poquito más lejos, allá por la Plazoleta de San Roque, pero viene a cuento aquí, porque era la primera estación de penitencia antes de pasar por la vieja Gitana, aquella de los papeles atrapamoscas, ya dije.
Fernando era grueso, calvo, serio y llevaba una eterna colilla apagada entre los labios.
Te servía, de unas vasijas transparentes con su grifito y todo, copas de cacao, menta y ron, por dos cincuenta pesetas y ya te ibas puesto. El cubata te costaba doce pelas si compartías cocacola tamaño- base-Rota, que por otra parte era obligatorio.
Los mariquitas tenían sus vasos floreados aparte.
El Tecnicolor lo quitaron y pusieron en su lugar una tienda de animales presos, donde a veces hasta venden serpientes pitón (¡Dios, qué he dicho!) de ochenta centímetros.
¡Menos mal que el Clemente sigue estando donde tiene que estar!

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Las sombrillas de Balbino y La Gitana, cuando hace levante, se doblan sobre los clientes como palmeras.
Con la levantera las tortillitas de camarones, a las que algunos madrileños llaman “tortitassss de camaronessss”, con más eses que camarones, salen volando y hay quien se las ha tragado en su planeo.
Dicen los entendidos, no yo, que sólo soy un pobre escribidor y por tanto no me dan los posibles para tapas, que las mejores papas aliñás son las de la Barbiana, tan lejos de mi rincón, allá por la calle Ancha; las mejores tortillitas las de Balbino, donde aún guardan el secreto de su elaboración como la Coca Cola y las mejores ortiguillas las de La Gitana. Aunque eso, como todo, va por gustos.
Con el poniente también se doblan las sombrillas como palmeras, pero para el otro lado.
Es una forma justa de repartir la sombra.

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A eso de las siete y media el rincón es un hervidero. A veces pasa una pareja de guardias para hacer creer que no es este un pueblo sin ley, otras una de guiris mirando mucho lo que come la gente, después algunos inmobiliarios dispuestos a descansar tras los engaños del día, adolescentes robándose el primer beso, y poetas descansando de tanta metáfora.El poetacantor Gallardo llega con los pelos tiesos por el llamado síndrome Bukowsky y el desasosiego propio de la cuadratura del número, pero a la segunda cerveza se quita las gafas de sol y empieza a hablar de canciones nuevas y de viejos poetas. Pepe Luna, cuando no le ha dado por apartarse de los vicios menores, también homenajea a gambrinus, intentando sin éxito dirigir la conversación hacia la eterna revolución pendiente. Pronto se da cuenta de que no es ni la mejor hora, ni el mejor sitio, ni tampoco los mejores compañeros de viaje para tomar Palacio de Invierno alguno.
Sergio últimamente viene menos, porque es verano yGranada le espera, pero cuando viene llega la placidez. A veces también se acerca Ignacio Arrabal con la mirada puesta aún en el futuro.Juan José Vélez este verano se ha exiliado a Villaluenga del Rosario y por ahí anda desaparecido.

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Antañón, que diría Umbral, porque Sanlúcar es un pueblo del sur, un pueblo de Cádiz, el suelo de la plaza era de color blanco y en él las piedrecitas hacían dibujos barrocos de palmeras, olas y dragones, pero un mal día a un listo se le ocurrió disfrazarlo de gris Cuenca y ahora, cuando hay levante en calma, las piedras negras rezuman grados en conserva que nos matan de calor.
En los carnavales, antes de que alguien llenara de detergente la piscina convirtiéndola en un iceberg de espuma, hubo quien pasó disfrazado de José Luis Medina con sus dos maceros, la gente aplaudía el recuerdo del Salmonete, porque supo respetar a su pueblo y a su gente.
Cuando nieva en Sevilla me gusta verte”, cantaba Kiko Veneno. Quizá la blancura de una gran nevada devolvería a la plaza su aspecto del sur.

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Como hay gente pa tó, hay gente empeñá en montar en Sanlúcar un museo, es decir, en poner lo que ya está puesto en Balbino.
Uno se pide una copa de manzanilla y por un euro, antesveinte duros, repasa la historia de la ciudad, del cante, de los toros, de la poesía y del periodismo.
Hay fotos del Castillo (fantasma) del Espíritu Santo, del Teatro (fantasma) Reina Victoria, de la Casa (fantasma) de la Infanzona, del Muelle (fantasma) de Bajo Guía, de los tranvías (fantasmas) de la Calzada. Sanlúcar lentamente se está convirtiendo en un pueblo fantasmagórico.
Fotos de “El Tato”, Espartaco, Ojeda, Finito, Limeño, Curro y Antonio Ordóñez con el Niño del Arte. Juan de Dios Pareja Obregón escribe un poema a la Caridad, Isidro Sanlúcar al Jano, Summer a la tortilla de camarones, Carlos Herrera y Antonio Burgos a Sanlúcar en general. Allí está hasta el Camarón y un tal Marqués del Malandar que viene en nombrar a Balbino: Palacio del buen yantar.

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El Día de la Caridad hay que alzar el vuelo.
Llegan desde las barriadas, desde el Palmar, desde Bonanza, desde el Barrio Alto, desde todos y cada uno de los pagos. Guapas con sus trajes nuevos, recién afeitados con la camisa abotonada hasta el cuello.
Las niñas se acercan juguetonas a la plaza vestidas de princesas, con sus lazos de seda atados a la espalda, con sus brillantes zapatos, con su sonrisa clara. Los niños, como hombrecitos serios, buscan un hueco entre los atestados veladores y miran orgullosos cuando lo encuentran.
Los habituales, los parroquianos de este templo laico del vino, buscamos ese día otros rincones, que son los mismos que ellos abandonan, y subiendo penosos la Cuesta Belén nos perdemos en las calles de cal que rodean la Plaza de Arriba.
El Día de la Caridad se convierte el pueblo en un tiovivo

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El niño apareció por el patio del colegio una mañana de invierno.
Puedo asegurar que en Guadalajara no es cualquier cosa una mañana de invierno.
Temblaba de frío, hambre y roña. Pero su mirada era limpia. Sólo pedía pan. Pero el cura pensó que un hijo de Dios no podía ir tan sucio.
En una pileta de los servicios, le desnudó a la vista de todos y le bañó con agua gélida. Tendría unos ocho años, como yo. Yo le vi tiritar casi hasta la muerte y también contemplé horrorizado cómo su cuerpo se amorataba.
Al final el cura le dio un pan, un rosario y le hizo besar su mano. Nunca más volvió.
Cuando los rocieros pasan por la plaza tras su misa del alba yo no sé porqué me acuerdo de estas cosas.

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Sábado. Las puertas de Tartaneros 4, la Sala de Exposiciones de Rosa y José María, están abiertas: Gadir, Pérez Valencia, La Canalla, Paco Madame, Lagomazzini, Perales… cubren el espacio de color y formas.
Entro en el “Zoco Andalusí”, alguien ha hecho arder un pequeño pabilo de incienso y todo vibra con el olor espeso de Marruecos, el mismo olor que llena nuestras calles en Semana Santa.
Me saluda Paporra, sentado en un sillón cardenalicio, como un sultán. Frente a su tienda de antigüedades hace sonar un viejo organillo, que desgrana impávido las notas de “Ojos verdes”, llenando la calle con sonidos de Chamberí.
Cae la noche y sé lo que eso significa. La magia de Rosa, del Zoco, de Paporra, se esconden con toda rapidez en la chistera.
Llega la magia negra del Botellón.

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En las mesas, uno, sin querer, escucha conversaciones de todo tipo.
Los viejos, como es natural, hablan de su hazañas bélicas y, como la mayoría aquí era anarquista, de su desgraciada estancia en la cárcel del castillo, de algún amigo fusilado y de sus ya más que lejanas conquistas amorosas.
Los jóvenes se arrullan como las palomas y no tienen ojos ni palabras más que para ellos, así que el auditor anónimo casi no se entera de nada.
Las marías sí que son una fuente inagotable de información, mientras esperan que se les caliente un poquito el refresco, que tanto frío les descompone los bajos, le ponen a uno al día de los avatares sanitarios y sentimentales de-la-prima-de-la-cuñá-de-la hermana-de novia-a-la-que-llamaban-la…
A los niños, la verdad, es que no se les entiende muy bien lo que hablan, como a los poetas.

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Siempre que se acercan las elecciones comienzan a caer por aquí los concejales para ver como va la cosa. Como normalmente la cosa va mal, conforme pasan las horas se les va poniendo cara de cesantes.
Antes, al mediodía, solía hacer parada y fonda Pedro Gómez con su inseparable Cohiba desde que volvió de La Habana.
Todo el mundo decía que era el que cortaba el bacalao en el Ayuntamiento, pero un día se fue de la Casa y yo a estas alturas no sé si se ha llevado en su marcha el dichoso bacalao de los cojones.
Los de la oposición, salvo Prats, que fue el que hizo la piscina de la plaza sin ponerle ni placa ni ná, por aquí no aparecen y así no hay manera de que levanten cabeza.
Se van a quedar a verlas pasar, como las bodas de los patos en Doñana.

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En los crepúsculos de invierno, las farolas reflejan su luz amarilla sobre la humedad de las piedras lisas y el suelo parece recién regado.
Es tiempo de meditación.
El pueblo está vacío, Sanlúcar es la antípoda de su cartel veraniego, pero la plaza tiene la hermosura de la quieta madurez.
Cruzan sombras ateridas que apenas si saludan a otras sombras más ateridas aún bajo el relente, bajo la soledad. Uno se convierte en un filósofo peripatético, aunque no tenga ni las ganas, ni el valor suficientes, como para alargarse hasta la playa a través de la niebla inagotable de la Calzada.
Sólo Antonio “Balbino” y su perra Luna se atreven cada mañana a atravesar su bruma y su soledad.

y 50
Me había prometido hacer 100 capitulillos, pero me canso pronto porque empiezo a estar viejo y me comienza a faltar la paciencia y el resuello.
Acabo estas líneas una noche de verano del 2006 sentado con Lili en la terraza del Savoy, mientras una verdadera multitud asalta los veladores de Toni, La Ibense, Barbiana, la Herencia, la Cafetería Cabildo, por supuesto los de La Gitana y Balbino, y arrasa hasta en los Montaditos, el nuevo y último vecino en el sotabanco del Barquero.
Me quedo con el recuerdo de la calor, de la insaciable marabunta, del hervidero de la plaza, porque llegará el invierno y no habrá a quien dirigir ni la mirada, ni la palabra.
Guardo en mis huesos los ardores de la última levantera, que era sucia según las teorías del Camaroncito de Plata, pero que taponará las humedades invernales de mi frágil caliche.