martes, 27 de diciembre de 2011
CRONICAS DE LA ALAMEDA
JOTA SIROCO
La calle Feria es un paraíso de azoteas donde dormitan, acunadas por el sol y el viento, clandestinas plantas de marihuana y es también un laberinto de bares con nombres ideados por los poetas del barrio: “La ilustre víctima”, “La tostaíta veloz”... aunque su mejor prosa etílica tenga parada y fonda en Casa Vizcaíno, un tabernón de vino, cerveza, chochos y aceitunas, donde los borrachos, a eso de las tres, empezamos a hablar un sevillano gongorino, como aquello de “madonna,¿qué decís?/ que afecten paso/que ostenta limbos el mentido ocaso/y el sol despingue la porción rosada” y cosas así. En “La bicicletería” todo parece estar a punto de caerse, pero uno aprende allí en medio del ordenado caos que existen los milagros, la belleza y el equilibrio.
Los jueves en “El Jueves”, la gente pasea cual filósofos peripatéticos entre las presuntas gangas sin buscar nada pero encontrando los trastos que no buscaban .
-¿Esa tapaera que vale hío?. -Tréuro -¿tréuro? -Venga, dame dó -¿do? -darme uno, anda -¿un leuro?¡anda ya shavá¡ -¿qué quiere que te la regale? -po sí -¡ea, po toma, muhé! -¡dáme una borsita, hío, no me lo va llevá así!
…y el gitano le da la bolsita, y la mujer se va tan contenta con su tapaera y su bolsa de Zara…
En la Alameda no hay un día de paz. Cuando no son los nuevos poetas correteando entre los árboles como eunucos en Itálica, son los pintores guardando cola para renacer en picassos o los ecologistas devenidos en agricultores de mieles rojas y coles sin olor a coles. A veces en la Casa de la Sirena retozan frikis de distintas galaxias portando espadas luminosas como un Cid de neón. En la Alameda hay más niños y más padres que en la mismísima China a.m. (antes de Mao). Los niños se disfrazan con los colores planetarios, si esto quiere decir algo, y los padres parecen escapados de los cuadros de un Greco de este siglo, delgados a fuerza de comer cerveza y con más trapos que el mismísimo Conde Orgaz, pero uno le coge cariño a la anarquía.
Durante los primeros días tenía un sentimiento de ajenidad, algo que no sé muy bien lo que significa, pero que debe ser lo que quiero decir y lo que usted entiende, después ya fui conociendo las esquinas, los camareros, las luces, los ruidos... y comencé a sentirme como un más del barrio. Hay tres vecinos importantes en la república de la calle Feria: las Vírgenes, los chinos y los perros; las Vírgenes están en cada esquina y de vez en cuando salen con su jolgorio de trompetas, tambores y capillitas disfrazados de capillitas, es decir, de Jefes de Planta de El Corte Inglés, a dar una vueltecita; los chinos se han hecho todos tenderos (tendelos en chino) y te libran de dormir sin cenar los domingos porque abren su Glan Mulalla a las horas más intempestivas; los perros por su parte dominan el paisaje desde la Alameda hasta el “Vizca”, dejando rastros de su somnolencia, sus deseos y sus intestinos por todas las aceras.
El más amplio compendio del surrealismo y la metáfora de la ausencia se reune entre la Plaza de la Mata y el “Hércules”: putas castas sin clientes, travestis rubias sin caderas, perros sin hueso ni ladrido, cantaores sin palmas ni tablao y cervezas sin tapa. También hay gente que habla como si no estuviera rodeada de cronistas y a uno no le queda más remedio que contar las cosas que escucha. El caso es que uno de esos anónimos viandantes cruzóse con otro en la misma puerta de “El Samaritano” (ahora llamado La Guaracha) y...
-¡Qué malita cara trae, shavá!
-Vengo de un entierro, Manué
-¿Un entierro...de quién?
-Der cuñao o er tio...de
-Da iguá compare, no tesfuerse, eso va en gustos, ¡Joé!
No sé si en Los Remedios, donde la gente lleva paraguas de marca, llueve con la misma fuerza que en la Alameda. Lo digo porque por Relator, por Correduría, por Conde de Torrejón y por otras muchas, el número de paraguas con las varillas rotas supera con creces la media nacional y con ello el número de tuertos. En la zona de la Alameda, además de muchos rumanos, hay muchos tuertos, y, cuando a uno se le ocurre comprar un cupón lo hace sabiendo que la suerte va a ser bastante esquiva. Sin embargo también hay perros sesudos y educados que, a las primeras gotas, sabiendo del peligro que para sus ojos tienen tal cantidad de varillas erectas cual aguijón de mosquito en agosto, se meten en el primer portal que encuentran, preferentemente los de Cajasol que están más calentitos y allí esperan, apoyados en su pata delantera derecha, a que pase la tormenta y el peligro...mientras mecen el imposible sueño de irse a vivir a Los Remedios.
La fuentes de la Alameda son un colorido bidet surrealista donde limpian sus bajos viandantes distraidos, niños traviesos y perros sin más collar que el abrazo de sus pulgas, buenas o malas según el hambre. Pero también, las fuentes emergentes de la Alameda dan al paseo una humedad de playa. Cuando uno, en verano, comete la imprudencia de atravesar esta república de plataneras, antes álamos, casi sin querer dirige sus pasos sedientos hacia esos cráteres de humedad y es entonces cuando comprende a los viandantes distraidos, a los niños traviesos y hasta a las pulgas de los perros sin collar. ¡qué delicia!
Los domingos por la mañana la Alameda se llena de centauros mecanizados. Los ciclistas compiten en número con los impávidos lectores del “20 Minutos”, el manoseado y gratuito periódico de todos los garitos, que, pasada la hora del desayuno, es decir, las doce de la mañana o así, se convierte en una hoja más de este otoño de frío y niebla. Sin embargo, porque estamos en Sevilla, el lorenzo comienza a desperezarse lentamente por las lindes de la Sirena y mientras los viejos disuelven sus recuerdos y la humedad en un café hirviendo al resol del “Corral de Esquivel” o “La Norte-Andaluza”, los supervivientes del botellón nocturno van fichando en las resacosas mesas del “Habanilla”, del “Badulaque”, del “Corto Maltés” o del “Central”. El sol es lo único que se sigue repartiendo equitativamente para todos... por ahora.
Las pintadas, que ahora llaman graffitis o algo así, son la crónica roja y negra de la Alameda, el periódico mural de los sin ley. Todas y cada una de las persianas metálicas de todos y cada uno de los comercios del barrio tienen su graffiti como si fuera su huella digital, también todos y cada uno de sus muros ofrecen al paseante una colorida pancarta estable. A veces la reivindicación, a veces la estupidez y a veces el arte se reflejan en estas editoriales anónimas. La gente respeta las primeras, desprecia las segundas y admira la generosidad de las terceras por ofrecerle un museo gratuito y público. Ayer apareció una que decía “Sólo la verdad es revolucionaria”, lo malo es que la firmaba “el bolas”.
El “mercao” de la calle Feria es un zoco sin chilaba. No en vano los Omnium Sanctorum de la iglesia vecina guardan sus puestos del gurka. En “La Alegría de la Feria” un negro corta jamón con la prestancia de un cortador del mismísimo Jabugo, dos pasos más allá un chino vende tortas de Inés Rosales, que dicho en mandarín es, como todo el mundo sabe, toltas de ines losales, inmediatamente al lado una guiri sueca se desprende de sus más queridas prendas al módico precio de 1 euro el sostén, sin quitar ojo a la sueca un paisa vende dulces de miel y canela, mientras que Isa en su “Cantina” preña el aire de aromas de adobo y pescaito frito. En fin la ONU en flor, como canta La Banda del Malandar, sin más gobierno que un buen desgobierno.
Esto no tiene nada que ver con la calle Feria, ni con la Alameda, pero puesto que hoy llovía como sólo solía hacerlo en Londres cuando Jack ejercía de los suyo, y que en la televisión han dicho que en Ecija ha empezado el segundo diluvio universal, se me ha ocurrido este mínimo relato. A ver: Cuando a uno le va mal con alguien busca a otro alguien, cuando está harto de sus vecinos se cambia de piso, cuando ya no puede más con su ciudad se va al otro extremo del mundo, cuando toda la Tierra le llega a parecer un desastre ¿dónde puede ir?. Esto, ya digo, nada tiene que ver con la Alameda ¿o sí?.