martes, 27 de diciembre de 2011

CUENTOS DE SEVILLA

JOTA SIROCO
Para mi pequeña nieta Aitana
estos cuentos 
tan chiquititos como ella.


EL CAMINANTE (Prólogo)
Erase una vez un hombre que llevaba en su frente las huellas de todas las batallas y por eso ansiaba la paz, tenía en sus ojos el resplandor triste de la soledad y por eso buscaba  hombros en los que apoyar su cabeza cansada, guardaba en sus manos las líneas de todos los destinos  y quizá por eso desconocía su propio futuro.
Cubrían sus hombros las alas de todas las aves, brillaban en su costado las escamas de todos los océanos y sacudían sus pies el barro de todos los caminos.
Nunca nadie le acompañaba porque la gente lleva escrito en la sangre el sitio donde quiere morir y por eso no se atreve a soñar lejos de su tierra.
En sus huesos de papel se escribieron las imaginarias verdades de esta ciudad recóndita que le acogió amable en su desaliento.
Aquel hombre no era un enigma más de la ciudad.


LOS MISTERIOS DE ISPAL...o el ocaso del Reino de Tartessos
Aquella tarde paseaba el anciano Rey Argantonio por los arenales que rodeaban la ciudad de Ispal, cuando pudo ver como una familia de delfines cruzaba entre saltos la inmensa bahía.
Asombrado por sus juegos vino a fijarse en un pequeño delfín albinegro, que, sin poder seguir el acelerado ritmo de los mayores, se había quedado varado en las traicioneras dunas de la costa.
Cubriéndose los ojos con el manto derramó tantas lágrimas que a punto estuvo de liberar al pez de su cárcel de arena.
Argantonio hincó en tierra la rodilla derecha y palmeando la orilla con su mano inició esta plegaria:
“A ti Gerión, que supiste derrotar a Hércules guardando en cada una de tus tres cabezas la libertad de nuestro pueblo...te suplico que la hermosa Ispal no caiga en manos de pueblos extranjeros”.
De poco sin embargo sirvió la plegaria, pues, como preconizaban los viejos pergaminos:
“Cuando el pez menor devore el aire con los ojos cansados y se sequen al sol sus entumecidas branquias el Reino de Tartessos perderá  su libertad”.
Unos días después hacían su entrada en el puerto de Ispal las lujosas naves de Cartago.


EL MAR Y LA MEZQUITA...Leyenda de la Giralda
Cuando Al-Mumin Abú Yacub vio crecer la tristeza en los ojos de Al-Fatima se llenaron los suyos de un llanto más amargo que la levadura de Egipto. El Sultán no llegaba a comprender la pena de su amada, rodeada como estaba de espléndidos jardines y de fresquísimas fuentes, de aromáticas flores….
“Pídeme lo que quieras Fatima, y por Alá te juro que lo tendrás.” “Mi único deseo es ver el mar”. “Mi querida niña, si Abderramán hizo crecer un bosque de almendros para que Al-Zahara dejara de añorar la nieve de Granada… yo te prometo que todos los días verás el mar”.
Veinticinco años después una esbelta torre alargaba su negra sombra hasta los lejanos confines del Aljarafe.
Abu Yucub abrazó a su mujer mientras esta descendía de la grupa, después extendió su mano y señalando al horizonte dijo: “He ahí tu sueño”.
Fatima, extasiada, pudo comprobar con sus propios ojos como en el horizonte se podía ver la costa dorada de Tarifa.


...y SEVILLA
Aquella noche Abdul Salám pudo escapar al acoso de los guardias y, cruzando desnudo las callejas de Triana, se lanzó a las frías aguas del Guadalquivir.
Pero como más puede a veces la desgracia que la honradez, no le quedó más remedio que despojar a un anciano de sus ropas, pues, al ir vestido más desnudo que el padre Adán, difícilmente habría podido llegar a la Judería sin levantar sospechas.
Debe decirse que como un jabato se defendió el abuelo y que, antes de abandonar sus escuetas pertenencias, arrancó con un casi milagroso mordisco de sus escasos dientes la oreja derecha de su agresor.
Rondó durante toda la noche la Casa de Contratación y después de hacer suyos los documentos de un mendigo cristiano que dormía borracho a la sombra de la Giralda, Abdul Salám, rebautizado como José del Carmen tras el robo de la nueva documentación, se dispuso a esperar el destino.
Fondeado junto a la Torre que llamaban del Oro, el capitán del “Quimera” prometía a gritos que se dejaría las tripas en el empeño de llegar a las Indias y hacer ricos a todos los tripulantes que quisieran acompañarle.
Nunca se sabrá a ciencia cierta lo que sucedió en aquella azarosa travesía, lo que sí se puede atestiguar es que diez años más tarde un indiano desorejado llamado José del Carmen abría palacio en la Villa de Osuna.


UN BARCO CARGADO DE...
Desde los puertos de Sevilla  partían hacia tierras desconocidas huyendo del hambre. Sólo los que tenían suficiente odio en las miradas para ser capataces de encomiendas, sobrevivían a la travesía.
Llegados a las Indias se miraban y sonreían por su buena estrella, por el rancho diario, por las negras ofrecidas a sus cuerpos de soldados cansados, pero a los pocos días, heridos por la metralla rebelde o comidos por la sarna, pedían a gritos que les llegara su hora.
Aquella noche, a la altura de las Islas Afortunadas, se organizó una fiesta como despedida del solar patrio. Sacaron de la bodega cuatro odres de jerez seco y un cajón de salazones de Zahara.
Llamaba la sal al vino y el vino a la sal. En menos de una hora aquella tropa de cuatreros marítimos, cantaba mejor entonada que todos los coros de la cristiandad.
A Silverio le empezó la sangre a revolotear por las venas...y rompión la paz del Océano con una “seguiriya”. Se hizo el silencio... Las olas, gimiendo en la proa, marcaban como palmas sordas el compás... Una delicada luna mora se mecía en las aguas del Atlántico y Silverio, golpeando con sus nudillos el barril de roble donde estaba sentado, inició el largo camino de una Toná...
Con ella cantó a la India, a Bizancio, a Egipto, a Andalucía, a Triana, a Alcalá, a Córdoba, a Granada...


EL DISPARO: La leyenda de Juan Belmonte
Se lo tenían dicho sus amigos: “Esa flamenca, Juan, te va a costar la vida”.
Pero al maestro le faltaban noches para dormir en sus ojos de fuego, porque eran ya setenta los años que toreaban su esqueleto.
Belmonte se había dado un baño de sales y, envuelto en su bata de seda, salió al salón donde Estrella le esperaba.
Bailando para él la flamenca había colocado su cadera de bronce frente al rostro borbónico del maestro y suave como una bajamar rompía en últimas olas su cintura. Siguió el peligroso juego y ahora la mujer embestía con dulzura. Belmonte, con su batín a guisa de capote, la recibía con verónicas, de pronto, se arrodilló delante de la hembra y gritó: “¡Mátame, si no puedes amarme, mátame!”.
Habría resistido el beso con la misma pasión con la que habría encajado una cornada, pero la flamenquita se estaba riendo de su decrepitud y “el pasmo de Triana” sintió en el pecho esa risa como una estocada de muerte.
Por eso no le tembló la mano cuando sacó el revólver de su estuche de plata.
Un disparo rompió el silencio de la noche y segundos después el cuerpo de un hombre se derrumbaba a plomo sobre el suelo de Utrera.


EL QUEJIO: En el principio fue el grito
Dicen que el flamenco nace del amor, de la tristeza y de la muerte. No sé cual será la verdad.
Manolito“El Gamba”,vendía camarones a los turistas en las mañanas secretas de Santa Cruz.
y de noche cantaba de atrás en Siete Revueltas, pero dicen que nunca nadie había llorado con sus seguiriyas.
Apenas si el lorenzo jugaba al esconder por la Barqueta, ya andaba “El Gamba” camino de la Alameda.
Descansaba del hambre y del canasto en un banco de piedra adosado la Casa de las Sirenas y allí, mientras devoraba un papelón de calentitos, salaba con orines los jubilados mariscos.
Pero aquella mañana algo le iba a hacer cambiar su costumbre. Cuando escuchó el toque de ánimas en Montesión comprendió la tragedia. Tiró el canasto, corrió hacia el mercado de la Feria. Allí descansaba en el más terrible de los silencios el cuerpo sin vida de la Señá Rosario, la que sin ser su madre supo darle desde niño su aliento de esperanza.
Esa noche se dirigió frío como el mármol al café de Silverio, donde sólo cantaban los grandes y allí “El Gamba” rezó por la señá Rosario el más jondo de los responsos, la más cortante de las seguiriyas.
Nadie lo vio porque todos, esta vez sí, tenían los ojos ahogados en lágrimas.


LA SORTIJA MACARENA: Casos de la Semana Santa
En la cansina hora de la siesta se echó como imaginario tullido bajo el Arco de la basílica.
Una hora más tarde no se había producido ningún milagro. Se percató de un ventanuco abierto en la parte más alta de la basílica. Entró, se dirigió hacia el altar y dirigió su mirada hacia el hermoso rostro de la Esperanza.
La mano ensortijada de la Virgen parecía llamarlo a su lado. Brillos de esmeraldas, zafiros, topacios...reflejos imposibles que le hacían pensar en milagrosos caldos de gallina.
“¡ Perdóname!”, susurró al oído de la Macarena, al tiempo que arrancaba las joyas de sus dedos.
Se acercaba la hora de la salida. La gente se arremolinaba en torno a la Iglesia. De pronto cesó el jolgorio y se escuchó clara la voz del capataz “¡A esta es, valientes! ¡Al cielo con ella! “
La Señora salía lenta, majestuosa. El no quería mirar, tapó sus ojos con las manos dejando entre sus dedos un pequeño resquicio por el que observar la su sacrilegio.
Cuando pasó la imagen frente a donde él se encontraba buscó los ojos de la virgen para pedirle perdón, pero ella le miraba sonriendo.
Entre las nubes de incienso, un milagroso reflejo de esmeraldas, zafiros y topacios le bendecía.


EL NEGRO BARTOLO:...cosas de la Feria
Toda Sevilla sabe que era negro porque se atrevió a clavar sus ojos en los del lagarto de la catedral.
Pero todo esto es parte de la leyenda; sólo es cierto que un buen día sin que nadie atine a explicar cómo, desapareció Bartolo en los vientos del Prado y nadie lo ha vuelto a ver en las tardes de Feria.
Dicen que no bien llegaba la primavera curtía sus globos de vejiga de cerdo con el viento cálido que salía de las cocinas de San Telmo y los iba guardando en el abandonado sótano del Costurero de la Reina. No más se desperezaba abril y veía a las gitanas arrancar claveles de los arriates del Parque para venderlos en el Real, forraba con coloreadas guirnaldas una pica vieja, pintaba de añil y sangre las hinchadas vejigas y dirigía sus pasos hacia el Real con el fin de buscarse la vida.Quiso el azar que entre el polverío de la Calle del Infierno se encontrara con los ojos verdes de una gitana que vendía agua de rosas. Tras mirarle un segundo, cogió las negras manos de Bartolo y leyó en ellas su destino: “Tu llegarás muy alto, negro de mis entrañas”, le dijo.
Quién sabe si fuera por un mal remolino o por la embestida de un levante largo, el caso es que comenzó a ascender hacia los cielos hasta perderse entre las nubes. Desde entonces en todas las plazuelas de Triana y Sevilla canta la chavalería su leyenda:
“Bartolo/que te pilla el toro/ que te va a pillar./Bartolo/se montó en un globo/ya no volvió más.”


LA VELÁ… un mirlo blanco
Había que alcanzar el jamón antes de que la sombra de la cucaña marcara las doce en el reloj del Río, pues, aquel que lo hiciera tan sólo un segundo más tarde de la hora indicada, se convertiría en mirlo del Parque. Embadurnados de aceite se arremolinaban los jóvenes ante el pringoso eucalipto que se extendía hasta los mismos centros del Guadalquivir. Aunque sabían de las carcajadas de los que contemplaban el espectáculo, allá que se atrevían uno tras otro a robarle metros a la cucaña.Tres minutos faltaban para las doce cuando apareció por allí un extranjero decidido a hincarle el diente al jabugo.
Metros le faltaban para conseguirlo, cuando comenzó la gente a lanzar sobre su cuerpo “colorao” todo lo que encontraban por la ribera: huevos de perdiz, jaramagos, tomates, lagartijas y hasta pequeñas serpientes, pero, no sólo no le detenían, sino que azuzaban la velocidad de su avance.Cuando sólo centímetros le faltaban al pelirrojo para lograr su sabroso objetivo, comenzaron a sonar las horas en la Catedral.
Apenas si había sonado la última campanada comenzó a crecer sobre los hombros del “guiri” un suave plumón.
Momentos después, ante el estupor de las autoridades, que nunca a pesar de la leyenda, habían visto metamorfosis semejante, un mirlo blanco inició un sostenido vuelo hacia los frondosos jardines de los Montpensier.
...y colorín colorao…