ESCENA I.- INTRODUCCION
En esta noche en que el puñal del viento
acuchilla el cadáver del verano,
yo he visto dibujarse en mi aposento
tu rostro moro, de perfil gitano.
Aquella tarde, cuando después de tantos años, volví a pisar el suelo de España, supe que la única persona que aún podía esperarme era Rafael, Rafael Alberti por supuesto, y hacia su casa dirigí mis pasos.
ESCENA II.- LA MUERTE
Apenas si habíamos tomado asiento en aquella casa tan blanca, como su blanca cabellera, cuando, Rafael, ágil, directo como siempre, me preguntó:
-“Federico, lo primero que se me viene a la memoria es el recuerdo de aquella aún desconocida noche terrible, ¿ Qué sucedió realmente ?.”
-Queda todo ya tan lejano, Rafael, y al mismo tiempo lo siento tan cerca, tan dramáticamente unido a mi, que aún tiemblo al recordarlo. No sé si debería hablar de ello...En fin, ya que me lo preguntas...
Recuerdo, realmente veo el recuerdo de nosotros cuatro camino de la muerte: de Galadí, el banderillero; del también torero Arcollas y del viejo maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo. Jamás podré olvidar la tristeza y la impotencia de sus ojos, fijos en el suelo sucio de aquel camión, pensando que aquel acero sucio, sería el último paisaje que vieran en su vida.
Había caido la noche sobre todos nosotros. Apenas si podíamos soportar su peso negro. El camión caracoleaba entre barrancos como un gato de muerte. Ellos, embutidos en sus uniformes azules-negros, camisa nueva, cara a la luna, seguían bebiendo y cantando. Borrachos como cubas, saludaban una y otra vez , césares necios, a la sangre futura.
De pronto unos árboles. Las luces de los faros iluminan la escena.
-¡ Vamos, abajo cabrones, abajo!
Después solamente recuerdo los disparos.
Dile a la luna que venga
Que no quiero ver mi sangre
Sobre la arena.
No quiero sentir el chorro
Cada vez con menos fuerza.
¿Quién me grita que me asome?
¡ No me digais que la vea!
Temblando, besaba el suelo de Alfacar. Mi llanto, atemorizado como yo, apenas si se atrevía a
salir de mis ojos, pero lentamente se fue mezclando con la clara corriente de la Fuente de Aynadamar, qué ironía, la “ fuente de las lágrimas”.
Alguien se acercó. Sentí sus botas pegadas a mi rostro y morí por un segundo. Tiró bruscamente de mi hombro y me dejó caer de nuevo sobre el suelo madre de Granada.
- ¡ Vámonos, estos ya tienen lo suyo ¡
Se fueron. Sólo uno volvió hacia mi y una voz desconocida gritó con odio: “Al poetita le daré un tiro en el culo por maricón”.
-¡ Vámonos ya, Trescastro, que estos ya están aviaos !.
Se alejaron definitivamente los camiones. Su ruido sordo partía en busca de nueva sangre, la mía iba encharcando el suelo debajo de mi cuerpo. Me arropaba la hierba como una manta líquida, ardiendo, hurgando entre mis huesos.
De pronto, en ese duermevela de la muerte, sentí, no vi, solamente sentí, que alguien tomaba mis manos con cariño, que las acunaba como si de pronto su piel se hubiera convertido en una nana.
Noté que tiraban de mi, despacio, suavemente. Por un momento temí acabar mi agonía en la fosa común y quise gritar:!No estoy muerto! !No estoy muerto!, pero sólo el silencio repetía en el aire mi pensamiento: ¡ No estoy muerto, no estoy muerto!.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama
de acero, si puede ser,
y con sábanas de Holanda.
¿No ves la herida que llevo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva mi pechera blanca.
ESCENA III.- LA SOLEDAD
Desperté cuatro o cinco días después, en una casa de los alrededores de Granada. Me rodeaban caras sin nombre, amables sí, pero silenciosas. A todos, Rafael, nos dominaba el pánico. Nadie me contó qué había pasado, cómo llegué allí.
Sólo me dijeron que para que los enterradores no se dieran cuenta de mi ausencia, alguien había colocado otro cuerpo en mi lugar. Entonces, desgraciadamente, había cadáveres en todas las cunetas, en todas las esquinas, en todos los rincones de España.
Unicamente me dieron papel y serenidad para escribir, pero no podía, Rafael, había perdido la alegría. Todo se me iba en poemas tristes, que rompía apenas terminados, porque no me gustaba la imagen derrotada de mi mismo.
Nos recordaba reunidos en la casa de Pablo Neruda, en el madrileño barrio de Argüelles, donde la luz de “junio ahogaba flores en tu boca”, ¿te acuerdas, Rafael?.
Generales traidores
Mirad su casa muerta,
Mirad España rota.
Cómo reviví mil nuestro primer encuentro en la Residencia, en “la resi “... ¿te acuerdas?
1924. Abrió la puerta Salvador Dalí, y en el umbral apareciste tu, fino como un torero, y me dijiste: “Federico, soy Rafael Alberti, ¿ me conoces?".
Me fui hacia ti casi en tromba, te abracé, y mientras golpeaba cariñosamente tu espalda, te dije: "¿ Cómo no voy a conocerte, primo?. Estuve en la exposición que organizaste en el Ateneo. Además, mira, Albertito le decían a un tío tuyo que vivía en Granada. Ves como sé quién eres y de que familia vienes...". Después, haciéndote un hueco entre los demás, recité especialmente para ti, el último poema que había traido de Granada:
Verde que te quiero verde
Verde viento verde rama
El barco sobre la mar
Y el caballo en la montaña
Con la sombra en la cintura
Ella sueña en su baranda
Carne verde, pelo verde,
Con ojos de fría plata.
...las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
ESCENA IV.- EL DESTIERRO Y LA ESPERA.
En mi cuerpo, aún joven, todo se había convertido en pasado.
A veces me sorprendí identificándome con esa imagen muda y absorta de Machado, perdida Leonor, no encontrada aún Guiomar, repitiendo ensimismado los versos de este poeta andaluz, arrebatado, enamorado, por Castilla.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste , cansado, pensativo y viejo.
Apenas terminada la guerra, Rafael, fui trasladado a Nueva York. Era necesario, decían, curar definitivamente las heridas...y las curaron. Las de fuera, claro, las del interior tardaron mucho tiempo en cicatrizar y a veces aún sangran
Aquellos ojos míos de 1910/no vieron enterrar a los muertos,/ ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,/ ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.
Es verdad. Aquellos ojos míos de 1910, eran muy distintos a los que observaron Nueva York una mañana de 1941 en la que fui dado de alta. En la que pude pasear, aunque con bastón, por los viejos rincones que entonces recorriera huyendo de mi propia guerra.
Por eso, viejo hermoso Walt Witman,/no levanto mi voz/
contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada, /ni contra el muchacho que se viste de novia/ en la oscuridad del ropero.
Este Nueva York, después de lo vivido y visto en España, comenzó a parecerme amable, en el sentido estricto de la palabra amable, es decir: digno de ser amado.
Permanecí allí el tiempo necesario para volver a amar el Jazz. Y al salir a la calle, como entonces, al perderme “ sólo y errante en el ritmo de los inmensos letreros luminosos de Times Square”, al encontrarme de nuevo con los negros, observé, que, como siempre, como entonces, el “ Rey de Harlem seguía arrancando los ojos a los cocodrilos con una cuchara de palo y golpeando el trasero de los monos”.
¡ Ay, Harlem, Harlem, Harlem,
no hay angustia comparable a tus ojos reprimidos,
a tu sangre estremecida dentro de tu eclipse oscuro,
a tu violencia granate, sordomuda en la penumbra.
a tu gran Rey prisionero en su traje de conserje.
Permanecí allí el tiempo necesario para denunciarla, por las mismas razones por las que la denunciara entonces, “ porque vengo del campo y sé que un hombre no es lo más importante”. Desde allí, buscando mis raices, mi idioma, mi gente, huí al sur, a mi sur...
Empieza el llanto de la guitarra
Se rompen las copas de la madrugada.
Empieza el llanto de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible callarla.
Llora monótona, como llora el agua,
Como llora el viento sobre la nevada,
Es imposible callarla.
Llora por cosas lejanas.
Arena del sur caliente que pide camelias blancas
Llora la flecha sin blanco y la tarde sin mañana
Y el primer pájaro herido
sobre la rama.
¡ Oh guitarra, corazón malherido por cinco espadas!
Nueva York, mis queridos amigos, es un espectáculo frío y cruel.
Un espectáculo de suicidas, de gente histérica y grupos desmayados.
Si te caes serás atropellado y si resbalas arrojarán sobre ti los papeles de la merienda.
Sabeis...
Todos los días se matan en Nueva York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
diez mil palomas para el gusto de los agonizantes...
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos...
...interminables trenes de leche,
...interminables trenes de sangre,
...terribles alaridos de vacas ateridas cruzan el país.
¡No es el infierno, es la calle!
¡Yo denuncio a la gente
que ignora a la otra mitad!
Afortunadamente ya estoy en el barco que me aleja de la gran urbe aulladora...La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas...y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz...
Me gusta por la mañana
después del café bebío
pasearme por La Habana
con mi cigarro encendío.
Y cuando siento los aires
cubanos de la bahía,
me acuerdo de los cantares
de mi tierra: Andalucía.
ESCENA V.- EL ADIÓS
-¿Quién te traicionó entonces?, me dijiste.
-No sé, Rafael...Quizá lo que nos traicionó a todos: La propia historia, la locura colectiva de aquel momento.
¿Personalizar? ¿Buscar culpables después de tanto tiempo, para qué? ¿Ruiz Alonso, Nestares, Valdés? ¿Alguien próximo a la familia Rosales?. No sé. No podría decirte quién fue, pero sí que cualquiera de ellos pudo haberlo hecho. Olvidemos Rafael lo que no tuvo sentido vivir y lo que menos sentido tiene aún recordar.
La guerra debe acabarse definitivamente. Tenemos la obligación de imponer el silencio y el olvido. Éramos los poetas de la paz y nos han convertido en símbolo de una España rota.
Han sonado, Rafael, mis cinco en punto de la tarde. La hora de cortarme definitivamente la coleta y abandonar este ruedo ibérico que ya no me necesita para nada.
Prométeme que no le dirás a nadie que estoy vivo, que he estado aquí. A este escenario deben subir actores sin mitos, sin leyendas, sin muertes. Como corresponde a una España sin mitos, sin leyendas y sin muertes.
-¿Dónde vas a ir?- me preguntaste.
-¿Dónde?...A Granada. ¿Dónde voy a ir sino a Granada?
“Quiero dormir una rato, un minuto, un siglo...
pero que “todos” sepan que no he muerto”.
OFF.- (Rafael Alberti)
Has vuelto a mi más viejo y más triste en la dormida
luz de un sueño tranquilo de marzo, polvorientas
de un gris inesperado las sienes y aquel bronce
de olivo, que tu mágica juventud sostenía,
surcado por el signo de los años, lo mismo
que si la vida aquella, que en la vida no tuviste,
la hubieras paso a paso ya vivido en la muerte.
Esta noche en que el puñal del viento
acuchilla el cadáver del verano
yo he visto dibujarse en mi aposento
tu rostro moro de perfil gitano...
TELON
Granada 1985